Los participantes en el coloquio internacional «El futuro es ahora»
Los participantes en el coloquio internacional «El futuro es ahora» - ABC
El futuro es ahora

«Podremos construir un edificio plantando una semilla»

El arquitecto Norman Foster reúne en el Teatro Real de Madrid a los primeros espadas del pensamiento, la arquitectura y la tecnología para debatir el futuro de las ciudades

Madrid Actualizado: Guardar
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Todas las revoluciones tecnológicas han provocado, a lo largo de la Historia, reacciones en contra, a menudo violentas, de la gente. Lo sintió en primera persona el célebre historiador escocés Niall Ferguson, cuando recibió el miércoles un huevazo de un taxista en huelga en el cristal del vehículo Tesla de Uber en el que viajaba. Ferguson, profesor en las universidades de Harvard, Stanford y Oxford y uno de los grandes polemistas de nuestro tiempo, se dirigía a la inauguración de la fundación que el arquitecto Norman Foster ha decidido ubicar en Madrid, y que presentó ayer en sociedad con un encuentro del más alto nivel en el Teatro Real bajo el lema «El futuro es ahora».

«El problema no es solo que siempre se producen esas reacciones, el problema es que los tecno-utópicos están convencidos de que cualquier resistencia a la revolución tecnológica es inútil; esto es exactamente lo que piensan los de Uber», reivindicó Ferguson en una densa jornada que concentró ayer, desde las siete y media de la mañana (y sin traducción simultánea al castellano) a personalidades y mentes inquietas de numerosos ámbitos cívicos como la arquitectura, la empresa, el arte, la universidad o los medios de comunicación.

¿Optimismo o pesimismo?

«Tenemos el riesgo de caer en la propaganda de Silicon Valley de que todo es maravilloso», clamó Ferguson en su duelo dialéctico con uno de los grandes evangelistas del ciberoptimismo, Nicholas Negroponte. El fundador del Media Lab del MIT (Massachusetts Institute of Technology) reivindicó las posibilidades de mejora de la Humanidad que aporta el progreso tecnológico. «No tengo la menor duda de que en unas décadas tomaremos una pastilla que llevará el conocimiento del francés al lugar adecuado del cerebro para que lo aprendamos de un solo golpe», afirmó.

El que fuera en los 90 el primer inversor de la revista Wired, una de las biblias de la tecnología, se mostró inapelable en su fe en lo que los críticos llaman tecno-ciencia: «En estas cinco décadas desde que estudié arquitectura he visto cómo avanzábamos en hacer lo más pequeño, ya podemos construir genes, y creo que podremos hacer lo que hace la naturaleza, construir un edificio plantando una semilla y dejando que crezca», dijo, para sombro de un auditorio lleno como en las mejores tardes de ópera en el Real.

«La gente que trabaja en Silicon Valley son terroríficamente ignorantes de la Historia», replicó Ferguson. «Olvidan, en primer lugar, que toda revolución tecnológica ha tenido consecuencias imprevistas –la imprenta no fue designada para destrozar el monopolio de la iglesia católica en Occidente, ni las vías férreas para transportar soldados a morir en las trincheras– y, en segundo lugar, que casi toda la innovación en el último milenio fue impulsada por el conflicto, no por gente filosofando en oficinas con paredes blancas».

Michael Bloomberg, millonario y exalcalde de Nueva York, reivindicó por su parte a los visionarios californianos como Elon Musk, fundador de Tesla: «Prácticamente ha sustituido a la NASA, casi todos los cohetes que salen ya al espacio son de su empresa espacial, Space X». «Es difícil pensar cómo otras compañías van a poder adaptarse al tipo de innovación con la que gente como Musk o [Jeff] Bezos (fundador de Amazon) está transformando el mundo», reflexionó Bloomberg.

¿Robots o humanos?

Apeándose del optimismo antropológico de algunos entusiastas, el propio filántropo neoyorquino recordó que «el mundo tiene tres problemas de consecuencias cataclísmicas si no los resolvemos: el cambio climático, la guerra nuclear, y la destrucción del empleo por la tecnología». Este miedo a la sustitución de las personas por la inteligencia artificial de las máquinas representa otro de los grandes dilemas a los que se enfrenta la conversación sobre el futuro. Negroponte le quitó hierro: ¿Qué nos impide, por ejemplo, pensar en una educación más larga, que dure 30 años desde el jardín de infancia en lugar de 15?, se preguntó. Otros le siguieron en expresar su confianza en la «insustituibilidad» de la raza humana.

«Cómo enfocas el problema y qué preguntas te planteas en el momento inicial del proceso creativo es un instante crítico, y por eso creo que habrá siempre un rol muy importante para los humanos», expresó, también confiado, Jonathan Ive, máximo responsable de diseño de Apple, y uno de los participantes más esperados de la jornada, inaugurada a primera hora por la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Entrevistado por Gillian Tett, una de las periodistas más influyentes del Financial Times, el diseñador de origen británico confesó que «uno de los recuerdos más tempranos que tengo es el de querer ver qué había dentro de un reloj de alarma; mi pasión era dibujar cosas, pero siempre al servicio de fabricar cosas, y no por el mero ejercicio de la expresión personal», contó Ive.

¿Y cuál sería tu apuesta para definir el mundo dentro de 20 años?, preguntó la periodista. «Bueno, no voy a hablar de eso aquí porque es precisamente en lo que estoy trabajando», respondió Ive, que será uno de los protagonistas el lunes que viene de la esperada conferencia anual de Apple, en la que el gigante californiano desvelará la evolución de sus productos.

¿Houston como modelo urbano, o Madrid?

La celebración de la creatividad y del ingenio humano se volcó en una de las grandes cuestiones que siempre han fascinado a los arquitectos: las ciudades del futuro. Aquí brilló el anfitrión de la jornada, Norman Foster, quien ubicó la magnitud del reto explicando que en ciudades como Lagos, Dakar o Jakarta, cada 30 segundos llega un nuevo habitante. O que la explosión urbana en China ha supuesto sumar a la población de sus ciudades «un Madrid cada dos meses durante los últimos seis años». Para el año 2050, el 75% de la población mundial vivirá en el medio urbano. «En España, la cifra llegará al 84% de la población», advirtió.

El octogenario arquitecto británico ha desarrollado junto con su mujer, la galerista, filántropa y animadora cívica Elena Foster, una intensa relación con nuestro país (como detallaba en estas páginas Nati Pulido hace unos días). Al instalar en Madrid la fundación que lleva su nombre sitúa a la capital de España en la primera liga de la conversación intelectual contemporánea, como se vio ayer. «Si lo analizamos a escala macro, nuestras ciudades han sido transformadas por la tecnología del coche, y en nuestro tiempo veremos la extinción del coche, como la de los dinosaurios; la pregunta es qué haremos, ¿optar por un coche robotizado, o por un dron para pasajeros que se saltará el tráfico por el aire?», se preguntaba. «Todo esto era ciencia ficción en mi infancia», exclamó.

«Las ciudades anteriores al siglo XX se hacían con el hombre en el centro, y es en el siglo pasado cuando empiezan a ser construidas con el coche en el centro», explicó la artista y arquitecta estadounidense Maya Lin. «La clave será la revolución en el transporte, y la gran cuestión es cómo conectamos unas personas con otras en las ciudades para recuperar la intimidad que la vida en ellas nos proporcionaba», reflexionó. Foster rechazó el paradigma de las ciudades que, como Houston, tienen una baja densidad de población, una alta dependencia del coche y una huella ecológica insostenible. Y reclamó otros puntos de partida para la revolución urbana, como la ciudad compacta europea, caminable y con una huella de carbón baja -«como Madrid», dijo-, o las urbes hiperdensas como Manhattan, «donde todos viven muy cerca los unos de los otros».

¿Solución individual o colectiva?

Curiosamente, las celebridades del futurismo reunidas ayer en el Teatro Real coinciden en que un futuro mejor exige la cooperación entre disciplinas diferentes, mucho más que el genio creador individual. «Es como el poder del pelotón en ciclismo, los ciclistas pueden ir más rápido todos juntos en pelotón que el ciclista individual que se escapa», afirmó Foster. Así, se revisaron numerosos ejemplos imaginativos de uso de robots en construcción civil, la generación de infraestructuras urbanas multifuncionales como la conversión de la red de depuradoras de aguas de Medellín (Colombia) en zonas verdes para todos, o la construcción de edificios polivalentes sostenibles en pequeñas poblaciones africanas que sirven a la vez de hospital y oficina postal. «Las acciones individuales, aunque sean bienintencionadas, no pueden garantizar el bien común», defendió el arquitecto chileno Alejandro Aravena. Un futuro común que pasa, según resumió Norman Foster, por aunar esa visión holística del desarrollo con un liderazgo cívico fuerte «y la fuerza de las cosas pequeñas para generar grandes cambios».

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