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Viva Tamara

El English National Ballet, bajo la direción de la española Tamara Rojo, lleva al Liceu «El lago de las cisnes»

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Cuando se anunció la temporada liceísta muchos balletómanos pusimos el grito en el cielo ante este «Lago de los cisnes», una obra mil veces vista y que había subido al escenario del Gran Teatre hacía nada, en 2012. ¿No había nada nuevo para programar? Pero el triunfo de estas funciones, agotadas y ovacionadas, da la razón al Liceu: la opción era un éxito seguro y lo que toca es vender entradas. Además, el regreso del English National Ballet (ENB), ahora bajo la dirección de la española Tamara Rojo, volvió a dejar claro que el ballet clásico es una técnica cuyo repertorio necesita imperiosamente una renovación y que debe bailarse con un nivel de exigencia de élite. Y esto es, precisamente, lo que aportó la compañía británica con esta versión del coreógrafo y ex director del ENB Derek Deane estrenada en Londres en enero, basada en Petipa e Ivanov y respetuosa con las aportaciones de Frederick Ashton.

La producción es magnífica, con bellos telones, adecuada iluminación y un hermoso vestuario que brilla con detalles extraordinarios como los que aporta la espectacular capa de Rothbar o el magnífico tutú de Odile. Coreográficamente Deane consigue renovar este cuento de princesas encantadas reconstruyendo el clásico con sabiduría y respeto, con momentos muy logrados como esa escena solitaria a cargo de Siegfried. El cuerpo de baile lució su óptimo estado después de unas primeras escenas algo rutinarias; ellas impactaron en las escenas del lago encantado.

Con solistas convincentes y dos parejas de protagonistas de excepción, los cisnes del ENB volaron muy alto. En el estreno del miércoles la rumana Alina Cojocaru ofreció una Odette sutil y tierna, extraordinaria en los giros, de gran capacidad de elongación y equilibrio y con la expresividad justa. Su príncipe, el polaco Dawid Trzensimiech, cautivó por seguridad, fuerza y elegancia. El segundo día, Tamara Rojo se impuso como una gran lírico-dramática, de hermosa línea como Odette y arrogante desparpajo como Odile, técnicamente impecable y teatralmente emocionante: es una estrella de las grandes. El mexicano Isaac Hernández fue un Siegfried ideal que, a pesar de algún desencuentro con su pareja por problemas de altura, brillo sobre todo en el «pas de deux» del cisne negro, con giros y saltos de escándalo.

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