humores de agosto

Vacío

Después de tanta tinta y labia vertida, ¿no hay psicólogo que se atreva con el “procés”? Yo me pido hora

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“Vacaciones” viene de “vacío” y agosto es su mes. Un paréntesis de supuesta felicidad antes de regresar al trabajo, la rutina, la vida que tenemos. Pausa que obliga, fuerza o invita, -según el grado de ansiedad existencialista-, a repasar lo hecho y el porvenir. Entre canículas y tormentas de estío.

Decía Pla que la felicidad consiste en "no envidiar a nadie ni nada", pero el sabio ampurdanés se fue a a la tumba sin explicarnos cómo. Yo envidio a los que ven septiembre -sobre todo, este- con esperanza, ilusión. Mientras uno extraña el coraje que nunca tuvo -así como existe la nostalgia de lo no vivido- , muchos llaman a la guerra con ardor. Mientras uno busca la religión del entusiasmo, le rodean iluminados, misioneros, peregrinos con meta...

y ruta. Calor asfixiante.

Sin ánimo de ofender a los diagnosticados, recalo en una de mis lecturas veraniegas, “El demonio de la depresión”, de Andrew Solomon; y me recreo en ella. “La vida está colmada de pesares” (...), “hagamos lo que hagamos, a la larga moriremos” (...), “lo que ha sido ya nunca volverá a ser”... Todo encaja en mi autocompasión. La necesidad de buscar una enfermedad que te defina es, en sí, una enfermedad.

El otro día, cuarenta bocadillos y otros tantos cafés después, la dependienta anónima me sorprendió preguntándome algo personal. “¿Ya has acabado las vacaciones?”. “Sí... ¿y tú?”. “Yo no haré. Llevo años aquí, pero siempre con contratos temporales, con una ETT. Ahora los jefes se han visto obligados por ley a hacerme fija, pero he empalmado un contrato con otro y me quedo sin vacaciones”. “Vaya...” “Ya se lo he dicho a mi hijo, no haré vacaciones... pero lo bueno es que me han hecho fija”. “¿Qué te pongo?” “Café y bocadillo de realidad”, debí decirle, pero actué como de normal.

Después de tanta tinta y labia vertida, ¿no hay psicólogo que se atreva con el “procés”? Yo me pido hora.

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