Editorial

El peligro anunciado de los abandonos

Hay trágicos precedentes. Suficientes para que pedir una solución para Los Chinchorros y evitar alguna desgracia esté lejos de ser alarmismo vecinal

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La tremenda explosión de aquella célebre burbuja urbanística que vivió España hasta 2008 ha dejado escombros por todas partes. Son urbanizaciones a medio terminar, centros comerciales fantasma, pisos sin estrenar, avenidas sin tráfico y aeropuertos sin aviones. La capital gaditana, por su peculiar configuración geográfica, tiene menos casos que otros términos con enormes terrenos en su extrarradio. Aún así, también tiene sus testimonios, sus abandonos. Los Chinchorros (nombre popular y con poca base histórica) es uno de los más escandalosos, junto al ya demolido Cementerio de San José. Una gran promoción de viviendas dejó, hace diez años, atrapada a decenas de familias que aún hoy reclaman su dinero o su piso, porque perdieron ambas cosas. En su lugar, hay edificios a medio construir que sirven de refugios a personas sin hogar y sin recursos, pero también a jóvenes sin escrúpulos. Como en tantos edificios y recintos abandonados (Garaje América o Campo de las Balas por recordar dos de infausta memoria) el riesgo de incidente crece cada día en silencio. Posibles incendios, malas condiciones higiénicas y, llegado el caso con el paso de los años, riesgo de derrumbes parciales. Los vecinos de la zona y de toda la ciudad son también víctimas de estos abandonos y las administraciones, cada una en su ámbito, tienen la obligación de ponerles límite. Dejarlos estar supone una irresponsabilidad por omisión que sólo se lamenta cuando es demasiado tarde. Que el leve incendio del jueves sirva de aviso.