Chiclana

Ascienden a casi 4.000 los chiclaneros que recurren a Cáritas para subsistir

La cifra crece en lo que va de año, con un millar de familias, muchas de ellas ya sin prestación alguna

CHICLANA. Actualizado: Guardar
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Mediodía de un jueves cualquiera del verano en ciernes en la calle de la Plaza. Llueva o ventee, bajo un sol sofocante o un frío helador el grupo heterogéneo no falta a su espera. Una amalgama de carros de colores, supuestas clases sociales, edades y etnias esperan su turno con resignación. Pueblan la calle de acera a acera. A su alrededor, la vida fluye con normalidad: madres que van a por sus hijos al colegio, devotos entran a rezar a San Telmo, unas jóvenes de compras, conversaciones de bar en la calle... Tal es la cotidaneidad, la apatía, la vacunación, que fluye alrededor de la cola de más de un centenar de personas que casi pareciera que sus integrantes son invisibles, como almas en pena. Y lo cierto es que, de alguna forma, ellos ya murieron para esa sociedad que les envuelve en esa mañana soleada y calurosa. Desaparecieron de las obligaciones consumistas. Se apearon de la vida cómoda y despreocupada que quizás tuvieron antaño. No lo hicieron por gusto, ni decisión propia, ese cajón de sastre conocido como crisis les tiró del tren en marcha y con lo puesto.

Ahora tragan saliva, agarran el carro vacío con fuerza, levantan la cabeza y, con la mejor dignidad que saben, esperan su turno para pedir comida a Cáritas parroquial de San Telmo. Son un centenar de familias sólo hoy y en esa parroquia. Pero suman casi mil en toda Chiclana. Concretamente, 992 familias, 3.880 personas, 200 niños menores de dos años. Son las cifras de la vergüenza de una ciudad que sufrió y sufre los estragos del desempleo. Primero el fin del boom del ladrillo, luego el cierre de empresas como Polanco. Pasó el tiempo, se acabó primero la prestación y luego la ayuda. Y surgió la ecuación peligrosa que Cáritas en Chiclana maneja: colas que no paran de crecer de personas necesitadas, muchas de ellas en el seno de familias en las que ya no entra ni un euro en casa. Antes eran clase media-alta, ahora traspasaron el umbral para entrar en «la pobreza». El término tabú lo menciona sin ambages Juan Espada, responsable de Cáritas de San Telmo.

Y lo cierto es que las cifras de asistencia no invitan al optimismo. Rafael Romero, arcipreste de Chiclana, es claro. 2013 acabó con un aumento de familias atendidas. Y lo que va de 2014 la asistencia sigue creciendo semana a semana, justo cuando hoy se celebra en la Iglesia el día de la Caridad. Tal es el aumento que ya incluso ha cambiado el perfil de los necesitados. Antes de la crisis eran familias desestructuradas, luego fueron familias que se quedaban en paro, ahora son familias que ya directamente se han quedado sin prestación. «El incremento estos últimos cinco años ha sido más del doble. Aquí en Chiclana, la mayoría trabajaban en la construcción y en sus derivados. Ahora, al no existir la construcción, miles de chiclaneros se han encontrado de sopetón en el paro. Unos cobran los 420 euros y otra gran mayoría no percibe nada», reconoce Romero. Espada pone cifras a ese 'nada', al menos en San Telmo. «Estimo que en torno a un 30% de los atendidos aquí no tienen ya ingresos de ningún tipo», expresa con dureza. Por su parte, el sacerdote Romero ahonda más en el perfil actual: «El 70% de los atendidos son parejas que por el paro nunca han venido a Cáritas y, sobre todo, parejas jóvenes que tienen niños pequeños, hipotecas o alquiler, luz, agua... y otros muchos que han trabajado sin estar dados de alta en la Seguridad Social. Y ahora no perciben nada».

Ante esa situación, la Iglesia en Chiclana trabaja con la mayor celeridad, porque como Romero destaca: «Cáritas es parte esencial de la propia Iglesia. Junto con evangelizar, es la ayuda al pobre su máxima prioridad. Por tanto, Cáritas es la Iglesia». Y a esos templos llegan esas familias, en muchos casos «avergonzadas», como reconoce Espada, para pedir. Allí se estudia sus casos, se les pide documentación y si sus ingresos no superan los 600 euros «se les ayuda ya sea con alimentos, medicinas presentando las recetas, y otras necesidades, como bombonas, pago recibos de luz, alquiler...», explica el arcipreste.

En la distribución de las siete parroquias de Chiclana, la suya, Santa Ángela en Solagitas, es una de las que más asistencia aporta con 170 familias. San Sebastián, San Telmo y San Juan Bautista, ubicadas en el centro, están «más o menos igualadas en cuanto al número de asistencia». La que más es San Sebastián, que atiende a unas 219 familias. A esa se suma San Antonio en Fuente Amarga, que también atiende más o menos la misma cantidad de personas y Nuestra Señora de Europa y la 'Del Pino' que al encontrarse en zonas de costa «apenas atienden familias necesitadas».

En todo este despliegue, los recursos proceden de donaciones anónimas, cuotas y colectas. Ese dinero se gasta «principalmente en alimentos, sobre todo leche. Los recibos de luz y agua, al ser muy altos, es imposible de atenderlos todos y se pagan algunos», matiza el arcipreste. Las manos las aportan los 80 voluntarios que, en cada parroquia, asisten y reparten alimentos. Como en San Telmo, donde preparan bolsas con alimentos perecederos, como congelados y verduras.

Casos nuevos, mismo problema

La labor de los voluntarios no empieza y termina en la valoración de los casos y el reparto de alimentos. En todas las parroquias se presta asistencia psicológica. «Se les escucha y apoya», reconoce Espada. Hasta su puerta llegan casos de extrema dureza, mientras los explica sale del despacho un varón de unos 50 años, ropa impoluta, de marca. «¿Ves? a estos casos me refiero», matiza. Casos en los que se quedaron sin trabajo y sin dinero cuando antes lo tenían todo.

Fuera, en la calle de la Plaza, dos familias se ponen a la cola por primera vez. La madre de uno de ellos reconoce «no poder más de la vergüenza», pero aguanta con el rostro desencajado. «Nos hemos quedado sin nada, mi marido, mis dos hijos y yo estamos sin trabajo. Esta era la última opción», explica. Y llegó. A una joven que espera con su pequeño de ocho meses, ese instante le llegó en diciembre. Ya lo tiene asumido, con una mezcla de resignación y risa lo lleva lo mejor que puede, por si acaso siempre se pone «en la acera de enfrente», para que se la vea menos. Ella era cajera, su pareja también está en paro, ahora los dos sin prestación se han sumado a la cola de Cáritas. «Es muy duro lo que se ve aquí. A veces nos peleamos por una mísera lechuga», sentencia rotunda con una sonrisa amarga pintada en la cara. Llega su vez, la espera se acaba, la cola se disuelve al filo de las dos de la tarde. El drama del hambre desaparece de la calle de la Plaza hasta dentro de 15 días. En realidad no importa, ninguno de los que pasearon por la mañana de ese jueves pareció ver la cola.