Editorial

La tumba del mar

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A raíz del pájaro de hierro que cayó en Fuerteventura, discutir si cinco millones de euros es mucho o poco precio para rescatar el cadáver de un hijo a 2.500 metros de profundidad y entregarlo a un padre es complejo, pues ya no se puede preguntar al finado. Por si un día caigo al mismísimo fondo de las Marianas, ya les pido que me dejen allí, arrumbado en el silencio de la cuna primigenia de agua, aprendiendo los dialectos secretos que a veces creo descifrar cuando silba el temporal del noroeste. Lo malo es para el que se queda, pero qué mejor cama para dormir la eternidad que el enredo de unas artes de pesca perdidas, que las planicies en las que reinan los cangrejos o algún cobijo bajo una lasca, custodiado hasta la total disolución física por dos o tres congrios de riguroso luto. ¡Qué mejor final que el mar infinito de infinitas dimensiones!

Cuando los barcos eran barcos se metía a los marineros muertos en su coy de uniforme, con una bala de cañón en los pies y la última puntada traspasando la nariz como un 'piercing' definitivo y se los lanzaba por la borda con un 'plof' y una oración breve como solemne punto final a este soplo aéreo tan azaroso, tan volátil y sobre todo tan corto. Servidor no tiene uniforme ni hacen ya balas de cañón como las de antes, y como es probable que a algún amigo se maree con lo de la puntada en la nariz, bastan estas sencillas instrucciones. Queman lo que quede, toman las cenizas, también las de mi padre y le piden prestado el barco a algún amigo. Cuanto peor tiempo haga, mejor. Entonces el que quiera que rece un Aita Gurea -Padre Nuestro en euskera- y nos largan por la borda sin mayor ceremonia en la ciaboga de las regatas de traineras, a una milla justa de la barra de la Concha, que es donde todavía duermen nuestros sueños marinos. Allí terminará y empezará nuestro viaje. En adelante, desde el Cabo Peñas hasta el Golfo de Cádiz al de Bengala, seremos corriente constante, agua mansa de cubito de playa de niño y tempestad vieja de turbia blancura coronada que estalla contra las rocas. Juntos de nuevo. El dinero que sobre, lo gastan en vino.