Economia

EL VERDADERO DEBATE FISCAL

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La presentación del informe sobre la reforma fiscal, elaborado por un grupo de expertos bajo la dirección del catedrático Manuel Lagares ha suscitado una amplia polémica. Como era de esperar. El sistema fiscal establece y reparte el 'escote' que debemos realizar los ciudadanos para subvenir a los gastos comunes del Estado. Por eso mismo, ahora que no nos llega con lo que tenemos y necesitamos más ingresos, todas las capas de la población y todos los sectores de actividad se resisten a soportar una carga impositiva mayor y tratan de dirigirla hacia los demás.

¿Por qué no nos llega? Pues porque en los últimos años de la bonanza hemos ampliado los gastos del Estado hasta el límite del paroxismo, en cantidad, y hasta la frontera de la estupidez en su destino. Es muy cierto que hemos mejorado y ampliado las infraestructuras, mejorado la sanidad, dedicado más recursos a la educación y aumentado el número de las personas que reciben ayudas sociales. Pero también lo es que hemos hecho grandes tonterías al construir aeropuertos sin pasajeros, trenes sin viajeros, autopistas sin conductores, museos sin visitantes y polideportivos sin deportistas. Ahora no tenemos dinero para pagar la factura, pero entonces tampoco lo teníamos y tuvimos que recurrir a un endeudamiento tan elevado que nos condujo hasta el mismo borde del precipicio de la intervención exterior. Y, en definitiva, endeudarse consiste en consumir hoy lo que deberíamos haber esperado a consumir mañana y por eso ahora toca consumir menos para devolver las deudas adquiridas en el pasado.

Si al descontrol del gasto le sumamos la imposición europea de unos límites relativamente estrictos en cuanto a la capacidad de endeudamiento, comprenderemos que en la base de la propuesta de Lagares y en la mayoría de las opiniones expresadas a su alrededor se produzca, de manera consciente o no, una inversión perversa en el enfoque del problema. Todos parten de la idea de que necesitamos dinero para pagar el gasto comprometido. Pero pocos cuestionan si el nivel de gasto que tenemos es el que nos podemos permitir y si la manera como gastamos es la más eficiente de las posibles.

Estoy seguro de que usted, en su casa, acomoda su nivel de gasto a su nivel de ingresos e, incluso, si puede ahorra. Pero aquí, cuando hablamos del Estado, no hacemos eso. Aquí consideramos irrenunciable un determinado nivel de gasto y luego les pedimos a los políticos de turno que obtengan el dinero necesario para pagarlo, completándolo con una emisión de deuda por la que nadie protesta. Todo ello, claro está, partiendo del equivocado principio de que la 'extracción' de recursos del sistema es inocua y solo se enfrenta al egoísmo irredento de quienes los poseen.

Por eso, a la hora de diseñar un sistema fiscal, el norte y el principio fundamental no es el de conseguir un sistema que incentive el crecimiento económico y proporcione empleo y bienestar a los ciudadanos, sino el de arrebatar unos recursos que nos permitan seguir gastando alegremente, sin reflexionar sobre nuestra verdadera condición. De ahí que no se beneficie más a la inversión productiva o al ahorro a largo plazo; que la imposición a las plusvalías obtenidas no discrimine más en virtud de su plazo de generación y que a nadie le tiemble el pulso al gravar una y otra vez a la misma renta con cadenas infernales como el IRPF-Ahorro-Patrimonio-Sucesiones.

El debate sobre el 'reparto de la carga fiscal' puede ser ideológico, pero el debate sobre la 'cantidad de carga' que podemos soportar debería ser racional. Y no lo es. Vamos, ni siquiera existe.