Primer plano del 'anillo de pescador', en el anular de Benedicto XVI; el sello representa a San Pedro en un bote. :: REUTERS
Sociedad

El fondo de armario de Joseph Ratzinger y su anillo

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¿De qué color serán la sotana, esclavina y el solideo de Joseph Ratzinger tras su renuncia oficial? No es una pregunta baladí y a buen seguro las modistillas y sastres del Vaticano ya se estarán haciendo cruces. Tienen poco tiempo hasta el 28 de febrero y hay que preparar el fondo de armario de Ratzinger. En un principio, solo se descartan dos colores: el blanco y el rojo. El primero corresponde al pontífice y el segundo es propio de los cardenales. Y, claro, quien ha llegado al estatus de Papa -máxima autoridad del mundo católico- no va a retroceder en el escalafón jerárquico para ejercer el mando de un simple 'príncipe de la Iglesia'.

Es lo que piensa, de entrada, un personaje tan autorizado como Federico Lombardi, portavoz del Vaticano. «Me parece muy difícil que se le vuelva a llamar cardenal Ratzinger», reconocía ayer este jesuita (y matemático) que lidera el gabinete de prensa de la Santa Sede desde 2006. Sentido común no le falta, por eso pide calma. Las incógnitas se irán despejando a medida que pasen los días. Todavía no se ha dilucidado ni el tratamiento que recibirá Ratzinger en el futuro. ¿Recibirá honores de 'Papa emérito'? ¿O más vale limitarse a 'obispo emérito de Roma'? Recordemos que los pontífices son también -por definición- prelados de la capital italiana.

Otra duda que planea sobre los expertos del protocolo vaticano es el destino del 'anillo del pescador'. El ritual del 'interregno' exige que esta sortija de oro -con la imagen de San Pedro pescando- se destruya a la muerte del Papa para evitar que el sello pontificio exista por duplicado, ya que enseguida se forja un nuevo anillo. Solo puede lucirlo y usarlo el titular en funciones, básicamente para marcar con la insignia todas las bulas papales. «Yo creo que lo machacará el camarlengo, igual que se ha hecho hasta ahora», avanzaba ayer Federico Lombardi. Se le darán unos cuantos golpes con un martillo de plata y marfil, y asunto resuelto. Así se mantiene la tradición.