EL RAYO VERDE

DESENCANTO Y ESPERANZA

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Algo hemos avanzado. Los balances políticos más relevantes del año se han dado ya de bruces con la realidad y nos hacen el tremendo favor de no prometer mejoras que no van a venir. Quizá usted estaba en otra cosa, las comidas familiares, las compras navideñas o la mismísima angustia de vivir, pero les cuento que Rajoy, que dio una rueda de prensa, optó por un tono humilde y realista, casi pidiendo perdón por los incumplimientos del programa y por las dolorosas medidas impuestas. Griñán se lo montó en plan 'discurso de Estado', desde un balcón interior del palacio de San Telmo, sobre la diferencia de actuación de su gobierno respecto del central, para que éste sea un «tiempo de cambios, pero no de retrocesos».

Los políticos ya no 'suscitan' esperanzas. La 'suscitación', me contó una vez un catedrático de Filosofía, era una curiosa ceremonia religiosa antigua, por la cual al moribundo se le inducía a revivir o resucitar ('resuscitare') y luego éste ya se moría sin más. Así que dejemos las cosas como están.

Cada vez que comienza un año, en el momento de las uvas y las campanadas, tendemos a esperar de manera innata que vengan tiempos mejores, incluso ahora que todo nos arrastra a un pesimismo apocalíptico. Porque en el fondo, en el fondo del fondo, aún late más o menos un sentimiento de resistencia al fatalismo, de esperanza. «Tras las cosas como son hay siempre una promesa, la exigencia de como debieran ser», dice Claudio Magris en 'Utopía y desencanto', un lúcido análisis en el que establece que este sentimiento de desilusión que hasta ha dado nombre a una generación «es una forma irónica, melancólica y aguerrida de esperanza». El mundo, entiende Sancho Panza, «no es completo ni verdadero» si no se va en busca del «yelmo hechizado» de Mambrino. Seamos realistas, pues, y pidamos lo imposible. Un feliz 2013. Dentro de lo que cabe.