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«Nos dijeron que cerrásemos los ojos»

Alumnos y profesores vivieron con auténtico «terror» y un sentimiento de indefensión el tiroteo

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«La Policía nos dijo que nos abrazáramos, que nos cogiésemos de las manos y que cerrásemos los ojos. Solo los podíamos abrir al salir del colegio». Y así lo hicieron. La pequeña Vanessa Bajraliu no era muy consciente de lo que pasaba, pero sabía que algo raro ocurría porque «todo el mundo lloraba y llamaba a sus padres». Así que se agarró a uno de sus compañeros de tercer curso y cruzó con determinación el pasillo de la escuela infantil en la que acababan de morir una veintena de compañeros. «Algunos niños se pusieron malos del estómago», explicaba a las cámaras de la CNN con la inocencia de sus nueve años.

Abrazado a su padre, Brendan Murray no podía dejar de llorar al recordar lo que había vivido minutos antes en el gimnasio del centro, al que acuden niños de entre cinco y diez años. «Oímos unos golpes muy fuertes. Al principio pensamos que podría ser el conserje, pero enseguida se oyeron gritos y disparos por todas partes. Una voz dijo 'arriba las manos' y alguien le contestó 'no dispares'. Entonces nos metimos en el armario hasta que vino un señor y nos dijo que corriésemos por el pasillo. Había policías en cada puerta», recuerda el pequeño entre sollozos. Las «explosiones» -algunos testigos hablan de hasta un centenar de disparos- también llamaron la atención de la profesora de un pequeño grupo de lectura de niños de siete años, que salió de inmediato al pasillo para ver qué pasaba. «Horrorizada», regresó al aula, cerró la puerta y le dijo a los alumnos que se agrupasen en una esquina. «Después los encerró en el cuarto de baño y les explicó que tan solo eran golpes y que tratasen de mantener la calma», comentó un «agradecido» padre al periódico local 'Hartford Courant'. «Ha sido espantoso. Todo el mundo estaba histérico, padres y estudiantes. Había niños que salían de la escuela ensangrentados. No sé si les habían disparados, pero estaban llenos de sangre», se dolía el padre de Brenda Lebinski, una escolar de nueve años que logró salir con vida del colegio. Según le contaron, «un hombre enmascarado entró en la oficina del director y le disparó». Después, accedió a una de las clases y disparó a los alumnos y a la profesora.

Los propios policías reconocían a las puertas del centro que era «lo peor» que habían visto en sus carreras. «Horrible, horrible», repetía un agente sin consuelo, mientras intentaba calmar a los padres que aguardaban «aterrorizados» noticias sobre los alumnos. Richard Wilford era uno de ellos. «Podría intentar explicarlo, pero no hay palabras que describan el auténtico terror que sientes cuando tu hijo está en un sitio donde alguien está disparando y no sabes ni lo que está pasando ni si los niños están bien. Y encima no puedes hacer nada para ayudarles. Es un tremendo sentimiento de indefensión».