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Momento cumbre

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A pocos días de que se celebre en nuestra ciudad la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, y sin que todavía sepamos con certeza como afectará a nuestra vida normal el hecho de andar sitiados durante al menos una semana, hemos puesto a funcionar la máquina de la rumorología que llevaba mucho tiempo parada y hemos dejado salir de paseo al experto en protocolo y seguridad estatal que todos tenemos dentro. Ya lo sabe, mire a su alrededor y habrá quien le explique con todo detalle cómo se revisan las alcantarillas, cómo se registran los aljibes, cuántos camiones de policía han llegado ya, cómo se detectan los metales en un radio determinado. en fin, que como nos pasa siempre, sacamos el título de maestro liendre y damos lecciones de cómo se debe ordenar el tráfico en esos días, de a qué horas se puede o no salir de las casas -si viniera Sandy ni nos rozaba-, del recorrido que harán los príncipes, del lugar idóneo para la foto oficial -hasta la cascada del parque Genovés aparecía en las quinielas del disparate-, de con quien hay que sentar a cada cual, del mejor sitio para ver a Cristina Kirchner -si es que viene- del menú que se debe ofrecer a los participantes -tortilla francesa de la ruta gastronómica, decían en algunos foros-. Total, que si nos dejaran, montamos una Cumbre paralela -la que a nosotros nos gustaría- en dos minutos y arreglamos de paso el problema del paro.

Nunca nos hemos visto en otra, es lo que pasa. Que pasaremos de ser el culo del mundo a la cara de Iberoamérica en dos días y que ni siquiera sabemos si nos dejarán salir a saludar al final de la función. La ciudad está preparada -parece- pero los que no llegaremos a estarlo somos los ciudadanos, que nos vamos enterando de las noticias en el último momento, aunque este sea un momento cumbre.

Una vez más, volvemos a tener cita con la historia, pero esta vez nos coge resabiados, porque ya sabemos que después de los fastos, nuestra ciudad volverá a quedarse «compuesta y sin novio».