Sáenz de Santamaría, en la comparecencia tras el Consejo de Ministros de ayer. :: CHEMA MOYA / EFE
ESPAÑA

La vicepresidenta atempera la beligerancia de Wert pero evita desautorizar su discurso

El Ejecutivo acusa al PSOE de generar inestabilidad por acusar al ministro de Educación de «falta de sensibilidad» y pedir su reprobación

MADRID. Actualizado: Guardar
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Ni pronunció la palabra «españolización» ni desautorizó a las claras al ministro José Ignacio Wert. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se limitó ayer a repetir hasta la saciedad que el Gobierno tiene la obligación de «defender los derechos individuales de los ciudadanos y sus libertades» y que es importante «trabajar por un clima de buena convivencia democrática». Un modo de atemperar la beligerancia que encerraba la polémica afirmación del titular de Educación, sin rebatir su discurso.

Hasta en cinco ocasiones se le preguntó, durante la comparecencia posterior al Consejo de Ministros, por la frase rotunda y precisa del siempre polémico ministro -«nuestro interés es españolizar a los alumnos catalanes»- y el resultado fue siempre el mismo: un requiebro.

Lo cierto es que el Ejecutivo no tiene tantos problemas para avalar la segunda parte del 'silogismo Wert', es decir, que el objetivo es lograr que los niños catalanes estén «tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes y que tengan la capacidad de tener una vivencia equilibrada de esas dos identidades», algo que, desde su óptica, dificulta el actual modelo educativo catalán.

«La función de la educación es que salgan españoles bien preparados y conocedores de la realidad española en su conjunto, y también de la realidad de su comunidad autónoma -dijo la número dos del Ejecutivo- ; siempre en el ejercicio de su libertad, porque si anteponemos cualquier otro criterio, olvidamos lo más importante: que estamos formando a una persona».

Sin reproche

El lenguaje menos agresivo de Sáenz de Santamaría no implica, en todo caso, ningún reproche a Wert al que incluso hizo de parapeto. El PSOE ha presentado en el Congreso una petición para reprobarlo como ministro porque, según la vicesecretaria general del partido, Elena Valenciano, «carece de la sensibilidad que un ministro de Educación y Cultura debe tener». Y la respuesta de la vicepresidenta no pudo ser más agria: pidió al primer partido de la oposición que reflexione y la gran repercusión que tiene la estabilidad política en la salida de la crisis.

El interesado, entretanto, no se apeó de sus palabras sobre la españolización de los alumnos catalanes y se mostró molesto por las reacciones agresivas a sus palabras. «Si eso escandaliza a alguien o le lleva a pensar en el pasado o en el franquismo, es que ese alguien tiene un problema de categorías mentales. Conduce con el retrovisor. No sabe mirar al futuro», afirmó el ministro de Educación en Onda Cero.

Pero en plena precampaña de las elecciones catalanas y con el sentimiento independentista en su máximo apogeo, no falta el día que en el que surja un nuevo incendio. Incluso allá donde nadie lo espera. El último, surgió durante el debate de algo que podría haber sido un mero trámite, la ratificación por España del tratado de adhesión de Croacia a la Unión Europea.

El portavoz de Esquerra Republicana, Joan Tardà, aprovechó la ocasión para arrimar el ascua a su sardina y hacer paralelismos entre los procesos independentistas de la antigua Yugoslavia y su acomodo internacional posterior con lo que su formación propugna para Cataluña. Uno a uno, el jefe de la diplomacia rebatió los argumentos de Tardà aunque con un tono conciliador. «Los que han querido ignorar la realidad catalana, la llamada política asimilacionista, han fracasado siempre», llegó a decir el ministro.

Sin embargo, la polémica acabó estallando por otra cuestión, con su afirmación de que en política hay una división entre quienes tienen al individuo como causa última, y quienes, como marxistas, nacionalistas, o nazis, colocan al individuo «al servicio de una idea abstracta». Horas después aclaró que él no equipara al nacionalismo con el nazismo ni con el marxismo, sino que estos últimos los ha relacionado con aquellos movimientos políticos que defienden la nación absoluta, como el fascismo.