Apuntes

El caballo en tiempos prehistóricos

CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA Actualizado: Guardar
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Tengo en mi mano el molde de una moneda púnica, hallada en el Castillo de Doña Blanca, que ofrece en el anverso un caballo de pie, pequeño, erguido y sin bridas ni adornos, y me ha sugerido escribir sobre los orígenes de los primeros caballos prehistóricos peninsulares. Se conocía desde tiempos paleolíticos en estado salvaje, pero no se domesticó hasta más tarde, durante el neolítico, siendo desde ese momento uno de los animales más preciado por su utilidad como medio de transporte y como poderoso instrumento de guerra. Y de apetecido sólo por su carne, constituyó una de las especies más eficientes para el hombre y, uncido a la rueda, un verdadero ingenio revolucionario, llegó a ser indispensable para el desarrollo económico, territorial y bélico. Pero fue algo más, un instrumento de poder, de exaltación de prestigio social, y sus cualidades lo convirtieron en un símbolo también religioso. Su unión al hombre fue tan intensa que se fundieron mitad y mitad en un ser mítico, creándose entre los griegos el animal fabuloso e híbrido del centauro. Recordemos, como ejemplo, al sabio y prudente Quirón, hijo de Cronos, que habitaba en una cueva en el monte Pelión, de Tesalia. Además se cuenta entre los afamados trabajos de Hércules y los caballos voraces de Diomedes. Fue animal psicopompo, es decir, conductor de los difuntos al Hades. Y tiraba cada día briosamente del carro de Helios o Dios del Sol. En terreno más humano, el caballo más famoso de la Antigüedad fue Bucéfalo, ligado a Alejandro Magno desde su niñez hasta la muerte. Y en el psicótico, la obsesión desmedida de Calígula por su caballo Incitatus, del que Suetonio dice que le destinaba al consulado, en el frenesí de la locura y del desatino.

Voy a centrarme en esta ocasión en los orígenes de su domesticación. Durante el Paleolítico Superior, a lo largo de casi 20.000 años, los cazadores y recolectores, desplegaron numerosos testimonios de expresión gráfica, en las artes del grabado y la pintura, en cavidades naturales, santuarios y en lugares de habitación al aire libre. Los temas del arte parietal y mueble se reparten entre figuraciones y signos, como es sabido. Las primeras corresponden a un número limitado de especies, básicamente piezas de caza con un aporte importante de carne, entre las que el caballo ocupa un lugar destacado. Así se advierte, por ejemplo, en Lascaux, en el Perigord -en el suroeste francés- y en las cuevas cántabras. En éstas el arte parietal muestra tres temas principales: el caballo, el bisonte y el ciervo. De todas las cuevas conocidas, la "Galería de los caballos" de la Cueva de Tito Bustillo, de hace 15.000 años, proporciona una visión morfológica del équido paleolítico. Aquí se grabaron caballos salvajes de cabeza pequeña en relación al cuerpo, y uno de ellos muestra claramente el ojo, la boca y el hirsutismo de la zona correspondiente a las fauces, la crinera representada mediante líneas incisas, y el cuerpo y la cola desproporcionadas respecto a la cabeza. A finales del Paleolítico Superior se produjo la desaparición brusca del arte parietal en el sudoeste europeo, hasta su reinicio en el denominado Arte Levantino. Tendríamos, pues, una laguna de seis mil años en las que faltan representaciones grabadas o pintadas, que nos sirvieran de hilo conductor para la historia del caballo.

Su domesticación se inicia en el V milenio, unida a la de otras especies animales y de plantas salvajes, y sobre todo por su aprovechamiento para el transporte o como animal de tiro, que constituye la verdadera novedad y utilidad. A partir del milenio III se han exhumado piezas de doma o guarnición -frenos o bocados-, y quinientos siglos después su uso está atestiguado en numerosos documentos.

Mas ¿cuándo podemos hablar de caballos domésticos en la Península Ibérica?. Algunos estudiosos opinan que se trata de un préstamo cultural, a través de Europa y a fines del milenio II a. d.C. Otros lo creen autóctonos y remontan su antigüedad a la Edad del Cobre, en el III milenio. Indiquemos, frente a otras hipótesis, que los caballos salvajes no desaparecieron de la Península durante el posglaciar, y restos de ellos se hallan en estaciones epipaleolíticas y en las representaciones figuradas de la pintura levantina y esquemática, en temas que sugieren su domesticación, desde el neolítico o antes.

Aunque carecemos de cadenas faunísticas que enlacen los agriotipos o antecedentes salvajes con los caracteres morfológicos de las especies domésticas, que denoten que la domesticación se produjo en el lugar sin préstamos externos, hay ciertas evidencias que sugieren que fue así. Si efectuamos una síntesis de la existencia del caballo en los poblados prehistóricos, se obtiene el panorama siguiente. El caballo, junto al ciervo y el uro, abunda entre la fauna cazada en el Epipaleolítico español. Y en varios yacimientos neolíticos se ha insinuado la posibilidad de su domesticación o, al menos, una relación distinta hombre-caballo a la de la caza. Se advierte en los estratos arqueológicos neolíticos de algunas cuevas gaditanas y en una fase de transición hacia la Edad del Cobre en el poblado de Los Castillejos de Montefrío, en Granada. Igual sucede en lugares prehistóricos de Almería, Murcia y Portugal. Más tarde, en los primeros siglos del II mienio a. de C., en el Bronce Pleno, el caballo está atestiguado para tareas agrícolas de carga o montura. Su importancia aumenta progresivamente durante el Bronce final, a finales del milenio II, como animal doméstico integrado en los sistemas productivos y sociales.

El arte es aquí más expresivo. En las pinturas levantinas y esquemáticas, desde tiempos neolíticos, o anteriores, hasta la Edad del Hierro, nos surten de representaciones de la relación hombre y caballo. Pueden verse équidos con ataduras, con ataduras y relacionados con hombres, escena en la que un personaje lleva en la mano una rienda y una vara o fusta, figuras humanas superpuestas a caballos en actitudes acrobáticas, jinetes cabalgando y équidos como animales de tiro. Es evidente que el artista prehistórico, escueto y fiel relator de lo esencial, destacó la idea de la domesticación como un logro notable de la actividad humana y la importancia del caballo en el ámbito de su cultura en muchos aspectos. Poco más tarde, el caballo se manifestó en actividades bélicas, religiosas y simbólicas, como veremos.