Editorial

Supervisión europea

El eje franco alemán puede dar el impulso político que el BCE necesita

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El ministro García Margallo ha sido el encargado de expresar el malestar del Gobierno español ante la pasividad del BCE, que se niega a realizar las tareas que corresponderían a cualquier banco central de un estado federal. En concreto, ha reclamado un Banco Central Europeo «mucho más fuerte que el banco clandestino» que hay en estos momentos, y que a su juicio «no está haciendo nada para detener el incendio de la deuda pública». Y le ha instado a apostar por el euro para evitar el acoso a la deuda española por parte de unos mercados que contestan «con una bofetada en seco» cada reforma que realiza el Gobierno español. Este desahogo, posterior a la jornada negra del viernes, coincidió con una entrevista a Mario Draghi, presidente del BCE. En sus declaraciones, sostenía su conocida tesis de que «el mandato del BCE no consiste en resolver los problemas financieros de los países, sino mantener la estabilidad de los precios y contribuir a la estabilidad financiera de manera independiente». Efectivamente, éste es el problema que Europa tiene que resolver: cuando a partir de Maastricht se diseñó la moneda única, no se consideró la posibilidad de una crisis y no se creyó por tanto necesario arbitrar, además de una política monetaria común, una política económica y fiscal común. Y al BCE se le atribuyó apenas el papel de vigilar la estabilidad de los precios. No el de promover el crecimiento ni el de ejercer la supervisión financiera en el seno del Eurogrupo. Esta carencia impide a Draghi desempeñar un papel más activo en el salvamento del euro y en la lucha contra la especulación a menos que reciba el impulso político de la Eurozona, que sólo el directorio franco alemán puede dar. Por otra parte, los llamados 'hombres de negro' supervisarán a pie de obra la recapitalización bancaria. La disciplina de nuestro país al respetar la condicionalidad está, pues, asegurada por esa supervisión. Carecería de sentido que mientras se salva a nuestro sistema financiero, se dejara caer al país a manos de unos mercados que no puede sustituir la voluntad soberana de una Europa emergente dispuesta a salvar el euro como la gran herramienta del desarrollo y la modernidad.