Artículos

¿CONSUELO VIVARES?

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En abril de 2008 murió, de un cáncer fulminante (léase «rápida y dolorosa enfermedad»), Juan Ramón Sánchez Guinot. Repito: Juan Ramón Sánchez Guinot. Ustedes creen que no saben quién es, pero sí lo saben. Párense a pensar. Sánchez Guinot. ¿No? ¿Nadie? Yo se lo cuento.

Juan Ramón Sánchez Guinot decidió en plena movida contracultural que quería ser actor. Nada sorprendente. En los primeros 80, todo el mundo tocaba en un grupo (él mismo lo hacía en Red San Luis), tiraba fotos (García Alix, por ejemplo), pintaba cuadros (Costus), escribía (Juan Madrid) o interpretaba. A Sánchez Guinot le mordió la fiebre de las tablas y en aquella capital bulliciosa donde triunfaba el teatro underground y callejero de Alonso de Santos hizo papeles pequeños y extraños, tipos atormentados, yonquis y esquizofrénicos que no le daban para comer. Surgió la posibilidad de firmar por una serie infantil, pequeñita, bien pagada, de esa TVE creativa, familiar y correcta que por entonces teníamos que ver todos por narices: 'Barrio Sésamo'. Le tocó en suerte Chema, el panadero. ¿Se acuerdan ahora? Rubito, delgado, un tanto ñoño, Chema cantaba regular y bailaba aun peor, vale, pero ¿qué crío no lo quería como vecino?

Coincidió en el mundillo televisivo con un galán del postfranquismo, un actorazo gaditano al que sólo se le hizo justicia demasiado tarde: Juan Luis Galiardo, el mismo que en los 80 firmaba el tipo de un crápula irreverente en 'Turno de oficio' y se movía en producciones más comerciales, encasillado como guapo oficial del género, no siempre a su pesar.

Sánchez Guinot apareció en 'Matador', de Almodóvar y 'Los ojos vendados', de Saura. Intentó el salto a EE UU, con un papelito en 'Dónde está el corazón' (John Boorman, Uma Thurman) como cima de su aventura. Después, 'Farmacia de Guardia' y otros cameos menores. En 2005, con 'El retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte', ganó el Valle Inclán de Teatro. Fundó su propia compañía, casera y limitada, junto a su esposa, Consuelo Vivares. Se llamaba Tribueñe. Normal que tampoco les suene.

A Galiardo le llueven ahora los panegíricos. Hay fotos suyas, sobre todo caracterizado de Don Quijote (que a efectos de prestigio viste mucho) en todos los periódicos españoles. Hace tres años, en una entrevista para La Voz de Cádiz, declaró: «Me hice actor porque no tuve otra opción. Porque interpretar fue mi adicción». Poco antes de morir, Sánchez Guinot dijo: «Probablemente me hubiera ido mejor montando una panadería que una compañía de teatro, pero uno no manda en su vocación. No fui capaz de frenarla».

Sánchez Guinot, Galiardo y Consuelo Vivares compartieron esa tiranía: la predisposición ridícula a entregarse a una pasión que, con un 98% de posibilidades, termina mal. A Galiardo, al menos durante un par de décadas, lo recordará el público. Pero ¿qué queda de Juan Ramón Sánchez Guinot? ¿Por qué ninguno de ustedes sabe quién es Consuelo Vivares? Les daré una pista: fue el único erizo del mundo que se paseaba desnudo por las calles pero se ponía un gorrito justo antes de dormir.