Apuntes

Sin puentes hacia Mallorca

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Lo bueno de ser un ignorante contumaz es que permite plantearse preguntas constantemente y abre la puerta a jugar a estar en un bando o en el otro, replanteando si se está con los tirios o con los troyanos (uno nunca medita si está con los buenos, ya que el malo siempre es el otro). Yo, que soy un torpe mayúsculo salvo en el trivial (algo que no solo no me ha dado ningún beneficio sino que me ha enfrentado a muchos amigos) no sé qué postura tomar con respecto a todo lo que tenga que ver con el respeto a eso que llamamos medio ambiente.

Porque nos hemos dado cuenta de que, a lo mejor, no era tan maravillosa la idea de construir un puente desde Valencia hasta Mallorca (sin necesidad, ya saben, de tomar el barco o el avión). Y que llenar de carreteras y hoteles la costa puede que no sea lo mejor para preservar el entorno tal y como Dios lo trajo al mundo hace 6.000 años, que es cuando los muy puristas dicen que empezó esto del planeta tierra que hoy, 5 de junio, celebra su día entre protocolos que nadie cumple y compromisos que no comprometen más que al planeta mismo.

Ése es el lado ecologista. Luego ataca el que sostiene que lo que no son pesetas son puñetas (¿se puede decir puñetas en el periódico?) y que si se puede rentabilizar un espacio cuando otros lo han hecho, ¿por qué condenarlo al pseudoabandono del aislamiento para que solo lo puedan disfrutar la gaviota, el cormorán y el dominguero común? Retomando el ejemplo de Mallorca (no apto, hay que recordar, para quienes tengan miedo al avión y también les aterre el barco), la isla ha sabido explotar cada cala escondida y acercarla al turista (que se deja sus buenos euros a base de cerveza y paella) con carreteras y apartahoteles en todos sus rincones. Aquí el cormorán ha sido sustituido por el alemán, bastante más ruidoso y con similar gusto por el pescado y, sobre todo, capaz de levantar una economía admirando lo que un día fue la nada, arena, roca y un sol que nadie eligió que estuviera ahí.

Ante el dame pan, y dime tonto, hay quien consiente que hasta le mienten a la madre. La clave está en saber hasta dónde estamos dispuestos a consentir.