Editorial

Cuestión de confianza

Debemos valorar la presión de los mercados pero sin caer en un victimismo inevitable

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La presión de los mercados sobre la economía española volvió ayer a hacer más difícil la financiación de la deuda, la prima de riesgo subió hasta los 410 puntos, aunque el Ibex-35 se estabilizaba a última hora. Si en la víspera el BCE había reclamado a España más reformas, ayer era el FMI el que nos solicitaba que mantengamos el 'esfuerzo de reforma'. No es posible negar que persiste esta perversa táctica de los mercados que consiste en urgir más ajustes procíclicos, que agravan la recesión, para reprocharnos luego que no hemos sido capaces de empezar a crecer, pero en esta ocasión todo indica que lo que reclaman los grandes actores económicos es que nos esmeremos en la gran reforma todavía inconclusa, la del sistema financiero, que viene coleando desde la legislatura anterior y que hemos enfocado a través de inconcretas y premiosas fusiones, y no mediante rigurosos procesos de recapitalización, sin más contemplaciones. El consenso de los economistas recuerda que los países que han padecido una burbuja inmobiliaria -Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda- han procedido a tal recapitalización, cuya ausencia impide aquí que los bancos pongan en movimiento el crédito. Y ya se pueden hacer reformas, que el empresario no arrancará si no consigue financiación para producir. No cabe duda de que los mercados también exigen otras reformas, a más largo plazo, que haríamos bien en apuntar. La más notoria es la de las administraciones públicas, claramente sobredimensionadas y con abundantes duplicaciones, y que no puede realizarse de un plumazo pero que sí resulta esencial para garantizar la estabilidad estructural futura de este país, que deberá basarse en un gran ejercicio de realismo que obligará a prescindir de ciertas pretensiones de nuevo rico que han sido las causantes de la crisis. No inspiramos, en fin, la confianza precisa para suponer que hemos hecho por completo los deberes, pero tampoco hemos de pecar de victimismo: ni estamos al borde del rescate, ni los tipos de la deuda son inasumibles por ahora, habida cuenta la bajísima cotización del bono alemán. Las presiones de los mercados son acicates que hemos de valorar como tales, y no, ni mucho menos, amenazas que presagien el fin de una agonía.