La formación de La Grande Chapelle estaba compuesta por 35 músicos que deleitaron al numeroso público presente. :: ROCÍO HERNÁNDEZ
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Nunca un 'gracias' sonó tan bien

Decenas de personas abarrotan un templo que se entrega al recuerdo de lo vivido en la mañana del 19 de marzo El 'Te Deum' de Zabala resucita 200 años después en un brillante concierto en la iglesia del Carmen

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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La ciudad que se duerme en el arrullo de las olas y las brisas de ultramar revivió ayer su historia más célebre e inédita en su templo marinero. Como un sueño en el que contradecir a Virgilio y su 'tempus fugit', en referencia a esos momentos que el reloj se guarda y no devuelve y la memoria intenta retener. Pero cuando la tierra tapa los ojos y cierra las bocas, la imagen reflejada desaparece. Quedan las piedras, las esculturas, los lienzos, los documentos; el arte como vestigio de una vida de la se esfuman los olores, las palabras habladas, la música al aire. Sin embargo, ese tiempo efímero hizo ayer una excepción. Regaló casi dos horas de un pasado muerto a un presente ávido por recordar. Como una broma del dios Chornos, el 19 de marzo de 1812 amaneció de nuevo en Cádiz en una esquina de la Alameda.

Ni un solo acto conmemorativo del Bicentenario puede presumir de cosechar lo que a partir de las 10.30 horas vivió la iglesia del Carmen. Música y arte se conjugaron en un recuerdo perfecto, la fiel imagen de lo que ocurrió en ese templo 200 años exactos atrás. Ya no estaba el obispo de Calahorra, ni las Cortes, ni la Regencia; sus bocas enmudecieron hace decenas de años. Pero su acción de gracias, su 'Te Deum', se elevó ayer de nuevo al cielo con perfección. La cita no era baladí, hacía dos siglos exactos que no volvía a sonar la pieza compuesta por Nicolás Zabala para esa ocasión.

Y sonó igual de vibrante, única, especial y emotiva ayer que hace 200 años. La Grande Chapelle y Marcelino Díez dieron buena cuenta de que así fuera. A la orquesta y el historiador, musicólogo y recuperador de la pieza tuvieron mucho que agradecerle las decenas de almas (gaditanos que guardaron pacientes una larga cola y representantes del Cabildo catedral y otras instituciones religiosas y civiles) que ayer se congregaron en el Carmen: la certeza de haber vivido un momento histórico y, probablemente, irrepetible por un largo tiempo.

Supo a poco la selección brillante (tanto al escoger, como recuperar e interpretar) de piezas del momento que sonaron ayer ante una Virgen del Carmen preparada con sus mejores galas para la ocasión. Sonó 'Salmo Beatus vir' de Juan Domingo Vidal, 'Responsorio Magi Veniunt' de Vidal, 'Cántico Magníficat' de Nicolas Zabala y 'Responsorio Beata Dei geniatrix' de Vidal. Todas piezas inéditas, recuperadas de los archivos de la Catedral, antes de llegar al 'Te Deum' de Zabala. Una selección previa que no fue al azar. Todas ellas estaban compuestas por dos maestros de capilla de la Catedral coetáneos en el tiempo y que se sucedieron en el tiempo (primero Vidal y luego Zabala).

Entre ambos, el auditorio pudo disfrutar de una muestra «donde lo difícil ha sido excluir las obras», como explicaba el propio Díez antes de arrancar el concierto. Entre melodías barrocas y aires elegantes, el virtuosismo de La Grande Chapelle relucía en interpretaciones a coro o solos de sopranos, como el que el público vivió con el 'Responsorio Beata Dei'.

Público en pie

Y así, con cada nota que restaba un año, dos siglos revivieron ante los ojos atónitos del personal. Comenzaba el 'Te Deum', un canto ideado por San Ambrosio, vinculado a la Liturgia de las Horas, para agradecer a Dios coronaciones y gestas como la propia Constitución de 1812. El que se interpretó ayer se compuso especialmente para la ocasión que se vivió hace 200 años. «Es curioso que en cada una de las particellas tuviera escrito el año, 1812», explicó el propio Díez tras el concierto. No es la única peculiaridad de la obra, de unos 35 minutos de duración y con 16 movimientos que se movieron entre la calma y la gran sonoridad.

Zabala la compuso aprisa, los tachones y los trozos de hojas cosidas a la partitura original así se lo evidenciaron a Díez. Una rapidez que no resta ni solemnidad ni brillantez a una obra que para Albert Recansens (director de La Grande Chapelle) supone « de una variedad, como una paleta sonora».

Tras el concierto, el célebre director no ocultaba su satisfacción por el resultado de una pieza con movimientos de mucha potencia (como el principio y el final, 'Te Deum laudamus' y 'In te Domine speravi'). «Se contraponen a otras como el movimiento octavo, 'Tu Rex gloriae' que son como una seguirilla», como explicó Recasens.

Detalles que pudieron apreciar los asistentes a un concierto plagado de momentos emocionantes (tanto como aplaudir de forma improvisada entre los movimientos del 'Te Deum' y despedir el concierto con una larga ovación en pie) con una orquesta que cuidó al detalle las melodías «para que tuvieran una sonoridad muy parecida» a la de aquella interpretación de la que no hay constancia que nunca más se interpretara. Por ello, las cuerdas de los violines eran de tripas de cerdo y las trompetas eran sin pistones. «Es como un cuadro, la idea es recuperar el color de la época», como explicó Recasens. Deber conseguido con creces, porque como un cuadro pintado en vivo, la iglesia del Carmen regresó a principios del XIX en plenos inicios del XXI. Serán los misterios del tiempo, la ensoñación de la historia y el virtuosismo de la música, pero en un rincón de la Alameda, por dos horas, el calendario mudó de hojas a una tormentosa tarde de marzo de 1812.