CÁDIZ

Los tres miembros del clan de los Flores niegan estar detrás de la oleada criminal del 2008

Han declarado esta mañana en un juicio por el que pueden ser condenados a más de cien años

CÁDIZ Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La banda de la carretera se vuelve a someter a la Justicia. La Audiencia Provincial de Cádiz juzga a los tres miembros del clan de los Flores, acusados de una friolera ristra de delitos -más de cuarenta- perpetrados entre marzo y agosto de 2008. Esta mañana ya han declarado los tres procesados y han negado los hechos por los que son juzgados. Encima de la mesa una petición de pena, formulada por el fiscal, que suena a cadena perpetua: 255 años y ocho meses para tres hermanastros veteranos en recibir sentencias ejemplares. Los procesados, en una suerte de bucle temporal, se sientan de nuevo en el banquillo por unos delitos que evocan a su pasado. El Ministerio Público sitúa el inicio de los hechos que serán juzgados en marzo de 2008. Pero la historia de esta banda comienza mucho antes, en el final de la década de los 80, principios de los 90.

Por esas fechas, una banda tiñó de sangre las carreteras de cuatro comunidades autónomas, a cientos de kilómetros de Cádiz: Castilla y León, La Rioja, Aragón y Cataluña. Armados con escopetas de caza recortadas, tres hermanos -Cristóbal, José y Manuel Flores Valverde- angustiaban a los camioneros que dormían en los arcenes, a las parejas que descansaban en las estaciones de servicio, a extranjeros extraviados o a jóvenes que hacían autoestop. Se había corrido la voz y la crónica negra de entonces lo corroboraba: este grupo violento asaltaba, robaba, violaba y asesinaba a sus víctimas por diversión, unas cuantas pesetas y algún efecto personal.

En diciembre de 1991, la Policía lograba frenarlos a base de tiros en una emboscada después de dos años de investigación. Esos agentes no sabían que otros compañeros del Cuerpo y de la Benemérita vivirían la misma experiencia 17 años después y con el mismo resultado: el cabecilla, abatido. El mayor de los Flores, José, se quedó en el camino. Dos días después caerían en manos de la Guardia Civil Cristóbal y Manuel. Los esperaron en el entierro del hermano que se celebró en Buñel (Navarra), donde se hunden las raíces de parte del clan.

Cristóbal y Manuel fueron sentenciados a penas de más de cien años. El más pequeño, Manolo, salió mejor parado porque colaboró con la Guardia Civil. Los llevó al lugar donde escondían el armamento y la munición. Por eso, cuando la banda se reorganizó casi 20 años después, Manuel ya se encontraba en la calle; mientras que su hermano seguía en la prisión de Huelva aunque disfrutando del tercer grado. Cuando la banda fue de nuevo detenida a las bravas en mitad de la A-381 (Jerez-Los Barrios) en la madrugada del 24 de agosto de 2008, Cristóbal Flores, que heredara el liderazgo de José, murió disparando contra los funcionarios policiales, como vio hacer a su hermano mayor. En cambio Manuel fue el primero en tirar la escopeta al suelo y levantar los brazos.

El fiscal considera que los permisos penitenciarios que disfrutaban tres de los cuatro miembros de la nueva banda de la carretera fue la circunstancia que aprovecharon para volver a las andadas. Ya sin José, Cristóbal y Manuel se unieron a dos hermanastros por línea paterna. En 2008, gran parte del clan estaba asentado en Jerez, entre El Portal y la conflictiva barriada de El Chicle. Los nuevos miembros que nutrían a un grupo con demasiada historia delictiva eran Fernando y Francisco Flores Nieto.

Los nuevos integrantes del grupo tenían su propio recorrido, tanto que al término del juicio que comienza hoy deberán enfrentarse a otra vista oral en Jerez. Ambos están acusados de matar a una vecina de la Junta de los Ríos en noviembre de 2007. Y como hecho probado y juzgado está la condena que les impuso a ambos la Audiencia de Sevilla en el año 2000 por un ajuste de cuentas del año 1998 que acabó con un hombre muerto.

En marzo de 2008, el clan de los Flores comenzaba a escribir otro episodio terrible de su historia, según concluye la investigación policial y judicial. Cada fin de semana repetían una misma pauta. Los viernes salían presuntamente de cacería. Ese día, Cristóbal abandonaba la prisión de Huelva hasta el domingo. Francisco y Fernando aparentaba también una óptima reinserción social cumpliendo sus últimos días de pena en el CIS de Jerez y colocando aparatos de aire acondicionado entre semana. Meses después los investigadores dieron con otra clave fundamental para la resolución del caso: elegían localidades que estuvieran de fiestas para dar con viviendas vacías donde poder desvalijar.

Fuentes del caso reconocen ahora que no fue hasta el verano, en la madrugada que murió acribillada Tamara Leyton en Puerto Real, cuando las pesquisas empezaron a orientarse en el buen sentido. Guardia Civil y Policía Nacional comenzaba a cruzar información. El asesinato de la joven puertorrealeña había ocurrido en terreno de la Policía; mientras que los robos violentos que hasta esa fecha se habían sucedido estaban dentro de las competencias de la Benemérita. El más peligroso lo sufrió un vecino de El Berrueco (Medina Sidonia) que fue tiroteado y marcado en un brazo con el cañón de una de las escopetas recién accionadas. «Le voy a poner las marcas de mis toros», dijo Manuel Flores, según el fiscal.

La colaboración entre ambos cuerpos fue esencial para descubrir que estaban buscando a la misma banda, que actuaba siempre los fines de semana, se trasladaba en vehículos robados y su modus operandi recordaba a los delincuentes de otras épocas: robos a golpe de escopeta, huidas temerarias al volante y una violencia que ni los funcionarios policiales más veteranos recuerdan por esta zona.

Los agentes tuvieron que olvidarse de las nuevas tecnologías y recurrir a los métodos tradicionales de averiguación. Los Flores no utilizaban móviles, apenas saben leer y escribir y sus huellas no aparecían en ningún escenario. Siempre trabajaban con guantes, lo que confirmaba que eran delincuentes fichados.

A principios de agosto, los investigadores se echaban a la calle en busca del clan. La Guardia Civil montaba controles en las zonas donde sabían que se celebraban fiestas patronales. No sabía contra quien se enfrentaba, solo que eran muy violentos. Un agente de la Benemérita lo sufrió en sus propias carnes cuando fue disparado en la cabeza en un control que se saltaron en Setenil.

El 24 de agosto intentaron robar por última vez en San Roque. Cuando regresaban por la A-381 les esperaba la Guardia Civil. Llevaban detrás hacía horas un coche camuflado de la Policía. El turismo en el que viajaban lo había localizado un policía cerca de su escondite de Jerez. La banda caía en un fuego cruzado por segunda vez.