Opinion

La hora de Rajoy

Por debajo de ese estilo enigmático se esconde una persistencia que le ha llevado a su destino

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Mañana empieza la hora de Rajoy. Seguro que echa de menos el acompañamiento literario que el llorado Paco Umbral le prestaba en la contra de 'El Mundo', y seguro también que Umbral hubiera disfrutado lo suyo al ver a su hombre llegar donde pocos creían que llegaría, y sobre todo, al poder contarlo en su columna. Nadie como él caló al personaje, le adivinó el fondo, y le profesó una querencia devota -pero no cortesana- que plasmó en múltiples columnas, muchas de ellas tituladas, Rajoy, sin más. Huérfano de ese acompañamiento, Rajoy se muda a la Moncloa en el momento en el que ese «hotel incómodo», como lo definiera Calvo-Sotelo, lo es más que nunca. Y no por cómo lo hayan amueblado los Zapatero Espinosa, sino por los problemas que aguardan a su inquilino.

Para casi todo el mundo, la forma en que 'Rajoy' vaya a enfrentarse a ellos permanece como una incógnita. Ciertamente, el próximo presidente del Gobierno, pese a su dilatada (y variada) experiencia política conserva a primera vista un cierto halo enigmático. En parte, se trata de un lugar común al que el estilo de Rajoy contribuye con palabras reservadas y silencios prolongados. Pero por debajo de ese estilo se adivina una persistencia de propósito y de cálculo que no resultan tan palmarios al público escrutinio. Esa persistencia y ese cálculo le han llevado -contra viento y marea- a su destino y hacen bueno como lema de su trayectoria el del poeta latino Aulo Persio Flaco, «el que resiste, gana».

Lo que ha resistido Rajoy solo él lo sabe. Las veces que le han dado por muerto, especialmente tras las elecciones de 2008, el ninguneo de que algunos le han hecho objeto, las deslealtades que ha debido contemplar, las incomprensiones que ha despertado su estilo. son factores que a una personalidad menos «resiliente» que la suya le hubieran llevado al abandono. Esa resiliencia -un término psicológico que define la capacidad de enfrentar la adversidad sin sucumbir a ella- puede ser un activo especialmente importante en las circunstancias en las que accede al poder. Porque va a necesitar mucha para bandearse en un escenario como el que le aguarda. Si el carácter, como escribió Rudyard Kipling, se moldea en la capacidad de codearse con el mismo temple con el triunfo y el desastre y tratar por igual a ambos impostores, entonces Rajoy tiene mucho recorrido adelantado.

¿Será bastante? No lo sé. La envergadura de los desafíos reclama desde luego un carácter resistente, pero además, capacidad de comunicación y convicción, empatía con los problemas de la gente y, como un ingrediente no menor, un cierto liderazgo moral que permita a la gente, corta ya de paciencia después de tanta frustración, sentir que los sacrificios que se le van a pedir desde mañana son el peaje necesario para salir del marasmo económico y social en que nos hallamos. Casi nada.