Cartas

Farmacias contra las cuerdas

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Lo peor que nos podía pasar sería que una prestación esencial para el bienestar social como son las farmacias entraran en quiebra técnica. En las oficinas farmacéuticas se cifran las esperanzas de millones de enfermos españoles para ir sorteando su estado de salud mediante los medicamentos que les suministran. Tan necesarios como el pan de cada día son las cápsulas que, por ejemplo, nos preserva a los mayores de los embates de la próstata o del acecho traicionero de la presión arterial, o las pastillas que nos mantiene a salvo de un ataque al corazón al que todos estamos expuestos. Pero una farmacia además de un servicio público es una empresa de carácter privado - no es de propiedad estatal - que necesita pagar a sus proveedores para que el suministro no se interrumpa y llegue a su destinatario final: usted y yo. También es una entidad solidaria donde las haya. No hay pueblo pequeño o aldea en donde no haya una para que nadie sufra el desabastecimiento de lo que necesita, cosa que de privatizarse el sistema como muchos apuntan sí ocurría por no ser rentable la provisión. La insolvencia de los entes autonómicos va a conducirles al cierre de los establecimientos o a permanecer abiertos pero con los anaqueles vacíos. Y protestan con más razón que un santo. La presidenta castellano-manchega, Cospedal, además de sancionar a las farmacias que cerraron, apunta que acudan los bancos a obtener préstamos con la garantía de las recetas para solucionar el impasse. Pero las recetas son papel mojado para las entidades financieras que ya no se fían, como señalan desde la Asociación de Farmacéuticos de la región. Sombrío panorama el que se cierne si las circunstancias se extrapolan al resto de España, como ya se presagia.