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LA VOZ DEL SECRETO

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Las paredes de los despachos y de los sanatorios oyen mejor que los más acreditados espías. No se les escapa nada, excepto el poder que quieren conservar o la vida del cliente. Para mantener un secreto lo mejor es no conocerlo. Los turcos tienen un proverbio que advierte a sus usuarios que no deben comunicárselo a su mejor amigo, ya que éste también tiene otro amigo muy bueno. El presidente venezolano, Hugo Chávez, que rebosaba salud hasta que tuvo que ser hospitalizado en La Habana, quizá le haya hecho algunas confidencias a Fidel Castro. Entre convalecientes se genera una confianza especial, pero lo que está generando el misterio de la dolencia de Chávez es una serie de rumores que se venden por entregas. ¿En qué paredes, por mucho que oigan, se cuelga su cuadro clínico? Dijeron que era un absceso pélvico, pero su ministro de Relaciones Exteriores ha contado que «está dando la batalla por su salud». Demasiado combate contra un absceso. Los periódicos de Miami hablan de «estado crítico». Cuando se oculta la verdad aparecen siempre mentiras muy variadas. Hay conjeturas de todo tipo, pero todas tienen muy mal perfil. Sus enemigos se conformarían con que fuera cáncer.

Los hombres públicos, incluso mucho antes de perder el poder o la vida, pierden la intimidad. Sus peripecias más minúsculas, ya sea un resfriado o un amorío, andan en lenguas de la gente. Es cierto que en ocasiones se les calumnia divulgando la verdad, pero todo el mundo tiene derecho a mantener ciertas zonas secretas y a que no le pisen el césped de esa parcela que llamamos aura, que es algo que a todos nos pertenece. Lo mejor para impedir especulaciones es decir la verdad, pero los políticos saben mejor que nadie que con la verdad no se va a ninguna parte. Según Quevedo a la verdad no conviene mostrarla desnuda, sino en camisa. Para deshacer los rumores convendría retratar al caudillo venezolano en pijama. Y tan decidido y locuaz como siempre.