PAN Y CIRCO

NO NOS REPRESENTAN

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Que no, que no nos representan. Este fue el grito que más se escuchó ayer por las calles de nuestro país con miles de personas reclamando un viraje radical del sistema político y económico que ayude a salir de la delicada situación laboral y social por la que atravesamos en estos momentos. Un grito de auxilio extrapolable al mundo del fútbol y a algunos de los aficionados de este deporte que se creen con derecho a todo y se escudan en la intransigencia cuando se les exige que cumplan con sus obligaciones, como ocurrió este fin de semana al final del partido Elche-Granada, una eliminatoria de ascenso a Primera que terminó dejando serias muestras de fútbol provincial.

No es más futbolero el que más grita e insulta al adversario, ni el que encuentra más satisfacción en la derrota del rival que en su propio éxito. No es admisible que un padre tenga que renunciar a acudir a un estadio de fútbol con su hijo por temor a verse envuelto en cualquier incidente inesperado; porque algunos han decidido establecer como norma esa cantinela del siglo XXI en la que el resultado da igual y cualquier excusa es buena para invadir el campo y llevarse por delante el césped, las porterías, los calzoncillos de sus 'ídolos de barro' y la integridad física de los rivales si se precia. Total, qué más da una colleja que otra cuando uno está inmerso en la cultura del todo vale o se cree que por usar su mileurismo en el club de sus amores y no cenar cuando su equipo pierde ya tiene en su poder una pulserita de todo incluido por las cloacas de la indignidad.

Al final las galopadas de Dani Benítez, las paradas de Roberto, la fe en la victoria del Elche o el regreso del Granada a Primera se ven emborronados por aquellos que se empeñan en demostrar algo tan antiguo como su actitud de neandertal: que siempre será más fácil hacer el mal que esforzarse en cumplir con el mejor de los refranes: haz bien y no mires a quien. Pero, claro, no hay mayor ciego que el que no quiere ver.