Opinion

Estación término

De siempre, el suicidio era cosa mal vista, algo vergonzante, ocultable y sombrío

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Peter Smedley, de 71 años, inglés, millonario y enfermo terminal se despidió de la vida ingiriendo una dosis de Nembutal en un centro hospitalario de lujo cerca del lago Leman en Ginebra. Las cámaras de la BBC le habían grabado desde que dejó su domicilio en Londres para concluir un documental sobre su tránsito hacia el más allá titulado: 'Eligiendo morir'. El rótulo del vídeo, que luego contemplaron estremecidos millones de ciudadanos, no evoca un suicidio o una huida sino una historia épica donde el protagonista proyecta heroísmo o valentía sobresaliendo de la mediocridad. Pero antes y después del discutido reportaje de la televisión británica, la opinión pública sigue dividida entre quienes creen que dar voluntariamente el paso al abismo es de valientes y los que piensan que es de cobardes.

Con todo, más allá del juicio moral lo llamativo es el cambio estético y de consideración social que la imagen del suicidio ha experimentado en algunos años. De siempre el suicidio era cosa mal vista. Invariablemente ha sido algo vergonzante, ocultable, sombrío. Como aquellos que se tiraban por la noche a los trenes de mercancías que pasaban a 50 por hora retumbando por las traviesas. Era el suicido de los pobres, de los que realmente querían desaparecer aniquilados y sin rostro. O los que se colgaban de una viga medio podrida en un pajar. Otros elegían el salto al vacío enfrentándose a los interminables segundos de terror aspirados por la gravedad hasta estrellarse contra los adoquines del barrio. Nunca aparecían sus nombres en la prensa local, solo las iniciales; la Iglesia se negaba a enterrarles en sagrado y reservaba en el Camposanto un lugar apartado al que nadie iba a poner flores. Creo recordar que ni siquiera les colocaban la cruz sobre el montículo de tierra con forma de tumba. Entre los colegiales más enterados se comentaba que la razón canónica de este apartamiento era que existía la certeza de que el suicida había muerto «en pecado mortal». Y las familias ocultaban bajo capas de silencio y luto la mancha que perseguiría luego la historia del apellido. Había suicidios por soledad, por amor, por despecho, por venganza, por deudas, por el honor perdido. O, simplemente, por desesperación.

Quienes han visto a Smedley ingerir la dosis de Nembutal con la ayuda de chocolate, llamar a su esposa Christine y comenzar a respirar con dificultad han pasado un trago muy duro, incluido el director del documental y enfermo de Alzheimer, Terry Pratchett. Así que los que temen que este tipo de reportajes provoquen un 'efecto contagio' pueden estar tranquilos. Tomarse la pastilla letal en un decorado de lujo, junto a la inminente viuda y con una cámara grabando puede ser tan duro o más que aquellos que acortaban el camino a la estación término tirándose al tren.