Villa La Porteña, en el Cádiz de extramuros. :: B. POZUELO
EXTERIORES ROBADOS

VILLA

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En la esquina que forman las calles General Ricardos y Juan Ramón Jiménez pervive una villa, de nombre (pues tener nombre es un justo privilegio de las villas) La Porteña. Son inmensos sus dones. La Porteña resucita el recuerdo de un tiempo de travesías atlánticas, de fortunas, de indianos. Y nos da un trozo de la Macaronesia que fue un día el Cádiz de extramuros: explosivas palmeras, árboles de alto porte no intimidados por la podadera, blancos perfumes, reinos de buganvillas, de adelfas, de rosales.

«Vive integrado en la Naturaleza», prescribieron unánimes los sabios antiguos que examinaron las condiciones de la felicidad. Y felicidad encontrarían generaciones de gaditanos en aquel paraíso. Pero Cádiz comenzó a devorarse a sí misma, y las normativas no preservaron (ni entonces ni ahora mismo) ni unas cuadras a su voracidad. Y hoy, para respirar aquel Cádiz de frescura, tenemos que penetrar en alguna novela (así la deliciosa 'Mi vida sin Eva Gundersen', de Manuel J. Ramos Ortega), o hemos de detenernos ante alguna de sus breves reliquias, como esta villa feliz. Gracias sean dadas a sus titulares, y ojalá aguanten mucho, y gracias otra vez.