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La derrota

No ha entendido al país que le ha tocado dirigir. Dirigir, sí, que no gobernar

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Qué fue del talante y qué del talento? Alguien me dijo que no se debe empezar así un escrito, con una pregunta, que antes hay que ser más explícito, ofrecer a los lectores un camino que a modo de conclusión se pueda cerrar con un interrogante. Pero no, miren. Doy por hecho que son conscientes de la situación y el momento delicado. También Zapatero. No debe ser para él un alivio abrir estos días los diarios; el que no le llama cadáver lo señala como zombi del socialismo; un problema para los suyos, para España y para sí mismo, aunque esto último el afectado nunca lo llega a saber. Me cuesta mucho, y más desde que sabemos que Zapatero es pasado, hablar del presidente. La derrota lo ha colocado frente a un espejo que, como si fuera aquel que Valle Inclán vio en el Callejón del Gato, deforma la realidad. Esa distorsión permite que tres días después del hundimiento electoral se presente en el Congreso y utilice palabras como confianza o seguridad. Todo el mundo sabe que los espejos deformes llevaron a Valle al esperpento, Zapatero no lo puede saber porque el esperpento se ha instalado en él como norma: desde ahí ha mandado, ha nombrado, ha legislado, ha pasteleado con ETA, banqueros y dictadores; desde ahí ha negado y desde ahí ha llamado bellacos a los españoles que notan que cada día sus recortes los hacen más pequeños. Pero no se va. ¿Cómo ha llegado el hombre que más poder ha tenido en el PSOE de la democracia a esta situación? Creo que solo hay una razón: no ha entendido al país que le ha tocado dirigir. Dirigir, sí, que no gobernar. Pero, ya digo, no se va.

En las historietas de Tintín, el reportero utiliza una expresión para ponerse en marcha: «No echemos raíces aquí». La democracia se funda sobre la idea de que el poder corrompe y la única receta para evitar la oxidación del político es la provisionalidad. Las raíces terminan por destruir el endeble suelo democrático. Pocos llegan al cargo con la intención de perpetuarse en él. Pero, al revés que el buen vino, el tiempo casi nunca mejora a un cargo político. Por eso reconforta escuchar que Guillermo Fernández Vara tiene hecha la maleta por si toca mudanza. No me alegraría su marcha, no se confundan. Lo digo porque si algo significa ese concepto tan repetido de 'normalidad democrática', ese algo es que los cambios se produzcan sin dramatismos. Normalidad es que un presidente de Extremadura diga que él se va a la oposición sin más problemas si no tiene los apoyos necesarios. A la oposición. o a su casa, porque él es médico y tiene una salida de la política. El gesto es impecable. Me fío de los políticos que tiene vida después de la política. Por cierto, cuando Zapatero se vaya, ¿dónde irá? Malditas sean las palabras que sirven para hacer preguntas cuya respuesta esconde su propio enunciado.