MAR DE LEVA

Terremoto en Lorca

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El eco de la explosión de Cádiz lo apagó enseguida la noticia de la muerte de Manolete. El terremoto de Murcia, en bastantes medios, ha aparecido justo debajo de la noticia de que el Barcelona ganaba la Liga. Todo conjugado con los eslóganes siempre faltos de imaginación de nuestros políticos en campaña.

Solo la tele, me temo, ha sido capaz de mostrar el horror. Casi en directo, o por lo menos gracias a las imágenes que la gente normal y corriente ha tomado con esos teléfonos móviles que ya son imprescindibles para las nuevas generaciones, hemos podido ver el horror de la tragedia, el polvo de los derrumbes, las lágrimas de los supervivientes. Nada que no hayamos visto otras veces antes, en otros sitios. Pero estos muertos son nuestros muertos, y estos llantos lloran en nuestro idioma y los entendemos.

Vivimos en el lomo de un dragón que a veces se despereza y se nos quita de encima. Y creemos que las cosas horribles les pasan a los demás, nunca a nosotros. Pero ahí tenemos a gente como ustedes y como yo, con sus mismos desencantos y sus mismas hipotecas, a las que de pronto la naturaleza inevitable les destruye el presente, les desvía el fututo y les borra de un plumazo el pasado. En Japón, desde el tsunami, dicen que ha habido unos quinientos terremotos de la misma intensidad que ese que en Lorca se ha llevado a un pueblo por delante. Cuesta trabajo creer que una sociedad entera se acostumbre, pero ellos lo hacen.

Tras las horas de estupor, los políticos se ponen las medallas, se promete la reconstrucción, se acude a las honras fúnebres. Yo me quedo en la duda de qué ha fallado, por qué cayeron esos campanarios, qué no se hizo para que las casas se vinieran abajo de esa forma. Falta todavía por ver si esa burbuja inmobiliaria que además nos ha traído estas crisis, encima, se basó en los malos materiales y en el vámonos que nos vamos, que hay prisa.

Y me quedo también con la necesidad irremediable, más pronto que tarde, no de controlar la calidad de lo que se construye, sino de instruir a la gente normal de cómo reaccionar en una situación semejante. Es difícil sobreponerse a la sorpresa y al pánico, pero es algo en lo que tendríamos que estar educados: una de las víctimas de Lorca es un chaval que se asomó a ver qué pasaba. Quizá esa asignatura tan denostada, Educación para la ciudadanía, tendría que incluir la instrucción necesaria para que nuestros hijos, ya que a nosotros nos pilla tarde, sepan cómo sobrevivir a esos segundos cruciales antes de que los demás, porque ahora nos toca, corramos todos a echar una mano.