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Excelencia mediocre

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Puede ser mediocre la excelencia? ¿No es el título de este artículo una contradicción en sus términos? Creo que no, y la prueba de ello es el tipo de excelencia que dice perseguir la presidenta de la Comunidad de Madrid con su pretensión de separar al alumnado con mayores notas, reservándoles unos centros específicos donde ese alumnado podría alcanzar tranquilamente la excelencia sin ser perturbado por el pelotón de cola. Es el consabido intento de legitimar lo que ya la experiencia y los más elementales principios de justicia nos dicen que es imposible de legitimar: la segregación con el pretexto de la excelencia, una medida disolvente en términos sociales, e injusta, precisamente hoy cuando el mundo se nos cae reventado a pedazos por la avaricia de los que, aun teniendo, quieren tener aún más y más.

Porque queda descartado que el objetivo de Esperanza Aguirre sea formar elites que en el futuro se puedan dedicar a fomentar un mundo nuevo basado en la empatía y la solidaridad (en la justicia, vaya), sino que lo que se pretende al cabo es la realización del viejo y antipático ideal liberal: la perpetuación de un mundo conformado básicamente por unas elites rectoras y unas masas pastoreadas imbuidas de conformismo, dóciles a los caprichos mediocres (siempre referidos a lo pecuniario) de esas elites que no conciben otro tipo de excelencia humana que la acumulación de poder, influencias y dinero.

En definitiva, las medidas que pretende la presidenta de la Comunidad de Madrid no son ya conservadoras, sino regresivas. Añoran un mundo que la experiencia de nuestros días señala inequívocamente como caduco, insostenible y que sólo conduce a una realidad inhóspita para el ser humano mismo. Como escribía hace poco la periodista Soledad Gallego-Díaz, el problema en el que insisten las actuales elites que gobiernan el mundo es su tozuda tendencia a repetir los viejos errores del pasado, sin que se les ocurra al menos cometer errores nuevos, lo que significaría que al menos habrían estado dispuestas a ensayar salidas más creativas a la papeleta que tenemos, favorecida, precisamente, por insistir en la insolidaridad, el egoísmo y la mediocridad.

La verdadera esperanza no está, pues, en Madrid, sino en la actitud de muchos profesionales de la educación y de esa gran parte de la ciudadanía que no se dejan embaucar por mediocres y aburridos cantos de sirenas.