Brillante. Grandísimo pregón el que recitó Zarzana en el Villamarta. :: ESTEBAN
Jerez

Zarzana honró su propio apellido

José Antonio Zarzana glosó la Semana Santa de Jerez con un pregón brillante y rotundo, que mezcló con éxito la prosa y la poesía

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Amaneció luminosa Jerez, radiante, presagiando un pregón vibrante. Se despertó la mañana jerezana coqueta, quizá risueña, cuando supo que uno de sus hijos iba a cantar a la Semana Santa de Jerez. Era una presagio, un signo evidente de que un enamorado de la Amargura iba a pregonar la Semana Mayor jerezana. Toda una garantía, una especie de amuleto que tiene la pregonería jerezana blindado, guardado a fuego en el cajón de las emociones. Qué tendrá la Amargura, que todo lo compone en romance, que todo lo que toca lo dulcifica... Qué tendrán los ojos de la Amargura para haber obrado una vez más el milagro...

Comenzó el pregón puntual, con el patio de butacas a reventar pese al partido de fútbol, pese a las reivindicaciones por las nóminas... Comenzó puntual, y con la banda al buen nivel al que últimamente nos tiene acostumbrados. Con la presencia de la alcaldesa de la ciudad, del obispo de la diócesis y del Consejo Local de hermandades y cofradías en pleno. Y con un pequeño apagón de la luz que sirvió para que padre e hijo compartieran las primeras confidencias antes de la deliciosa presentación del pregonero. José Luis Zarzana fue directo, conciso... Una flecha en el corazón del pregonero, al que recibió con las mismas palabras con las que comenzó su pregón, eterno pregón que pese a sus treinta primaveras aún resuena en los rincones del alma. «Jerez espera tus palabras. Adelante, hijo mío...». Y fundidos en un abrazo, Jerez se rindió a este caballero de la poesía con una atronadora ovación que su propio hijo aplaudió.

Planteó José Antonio Zarzana el pregón como un cuento, convirtiendo Jerez en una ciudad encantada, donde los elementos se confabulan para llenar de aromas, colores y sonidos las calles jerezanas ante la próxima Semana Santa, que llegó, imposible que fuera de otra manera, de la mano de la Virgen de la Estrella. «Señores, llegó la hora / de que la sangre se altere. / Porque Dios así lo quiere, / la primavera ha venido y la Estrella la ha traído. / ¡Que todo el mundo se entere!». Bien hablado, bien contado, elegante en las formas y en tono. Pregonando, hablando con el público, empatizando con él. Simpático a veces, conociendo el texto.

Un pregón desde el principio trabajado y culto, profundamente culto. Evitando las rimas fáciles, los quites sin riesgo y populares. Sin miedo a aburrir, porque el ritmo era infatigable, defendió el catolicismo frente al protestantismo de Martín Lutero, al que dedicó unos versos que enamoraron al Teatro Villamarta, defendiendo a María. No hay nada más románticamente español que defender a la Virgen María, llegó a decir el pregonero. Sonrisa incluso del prelado de la ciudad por la ingeniosa idea de Zarzanna, que comenzó en ese momento a hacerse con el público del Villamarta, que rió y aplaudió hasta que el pregonero dijo basta. Primeros olés, primeros murmullos... Primeras miradas cómplices... Hay pregonero. Claro que hay pregonero.

Reivindicación política

Y al hablar de las piedras de esta ciudad encantada que es Jerez, el pregonero sacó su lado más satírico, lo mejor de su repertorio. Defendió el emblema del pendón de la ciudad, y se extrañó de que se hubiera perdido, pese a las vidas que se han perdido defendiéndolo. «Menos mal que la iglesia de San Dionisio no cabe en un cajón del Ayuntamiento...» Y el público lo paró. Sin dudas. En seco. Lo paró, y comenzó a aplaudir, mientras reía, cómplice, la genialidad de Zarzana, que afirmó posteriormente convencido que «la Semana Santa es del pueblo, de las almas anónimas que pasan olímpicamente de este pregón, no es de los dirigentes, ni de los cofrades siquiera. Es del pueblo de Jerez».

Llegaba la parte central del pregón, en la que defendió, y de qué forma, el hábito nazareno. Túnica a la que definió como mortaja y como elemento reivindicativo, en una bella semblanza que recordó a Nono Merino, fallecido el año pasado cuando vestía la túnica de ruán del Santo Crucifijo de la Salud. «Negro ruán rodó por la escalera... / La Encarnación dejó que se durmiera... / Así murió, con túnica de cola. / Así nos dijo adiós Nono Merino». Y se acordó, con unos versos deliciosos, de los emigrantes, de los que prefieren olvidar porque la lejanía les ahoga. De los que sufren cuando, en la soledad, rezan mientras sus hermandades hacen su estación de penitencia. Unos versos en los que se cambiaría por cualquiera de los que componen la Semana Santa, de los que trabajan, de los que la ven aunque sea de lejos. Una dulzura de romance, que ensombreció las miradas de todos los que llenaban el Villamarta, recordando a los que no pueden estar en Jerez. Los mismos que luego aplaudieron el telegrama a las alturas que mandó el pregonero, acordándose de José Antonio González de la Peña, el hombre cabal que designó el Consejo para el pregón de este año.

Pregón social

Y tocó, sutilmente, elegante, discreto, la homosexualidad integrada en el mundo de las cofradías, mientras se preguntaba cómo amarrar las manos del Prendimiento, si somos nosotros mismos los que teníamos que estar presos. Confesiones, una tras otra, reflexiones personales por las que fue avanzando un pregón que pasaba ya la hora y que se hacía corto, intenso por momentos. Y dentro de esas percepciones personales, un grito en defensa a la vida, dirigido directamente a los políticos. Un clamor que se hizo rotundo aplauso condenando el aborto, un momento «por el que ha merecido la pena dar este pregón», que diría Zarzana momentos antes de defender «la suerte de ver la luz de la ciudad encantada».

Y por desgracia, el tiempo, como él mismo dijo, marcó el final. Y como estaba escrito, como era necesario, como era obligatorio por apellidarse Zarzana, el final siempre se escribe con letras de Amargura... Un guiño a su padre, a una manera antigua de escribir y recitar poesía... una delicia. «Cómo puedes decirme, padre, ahora, / que no puedo ser ola en su bahía... / Cómo negar tus versos y poesías / si tú la hiciste ser Reina y Señora / de mis años, mis días y mis horas». Un final con un brindis por su país y por su ciudad, por su ciudad encantada. Un brindis que ya espera impaciente, quizá dentro de otros treinta años, a que un nuevo Zarzana nos enamore de Jerez.