MAR DE LEVA

Matarte para salvarte

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En una de las obras maestras de la historia del tebeo, Watchmen, uno de los personajes contempla obsesivamente docenas de pantallas de televisión al mismo tiempo. Lo impresionante, claro, es que puede hacerlo y no volverse loco: su capacidad de atención es así de grande. Nosotros, tristes mortales de este mundo digital, ni siquiera somos capaces de seguir dos noticias de impacto al mismo tiempo.

El horror del triple cataclismo de Japón ha sido sustituido de un día para otro por la guerra, la intervención armada, la zona de exclusión aérea o como queramos llamarlo sobre Libia. Todo lo demás queda en segundo plano, incluyendo cómo Portugal se va a pique y nos descentra, la muerte de un mito de ojos violeta o la margarita que no se sabe si se deshoja o no en La Moncloa. Nuestra capacidad de atención, nuestra memoria es tan fugaz que sabe Dios qué vendrá a sustituir a este nuevo conflicto armado en las primeras planas de los periódicos y los flashes de los informativos que preceden a lo que realmente importa hoy: la hora y pico de noticias deportivas.

Como no tenemos capacidad de atención, tampoco tenemos memoria. Es posible que haya guerras que sean más justas que otras, y la historia nos ha enseñado a admitir que hay guerras que han sido necesarias. Pero uno se pregunta dónde está la línea que separa al que ayer era amigo del alma y hoy es el malo-pero-menos (en tanto ni la coalición sabe exactamente qué quiere hacer con él si llega a ponerle la mano encima y si desembarcan, que esa es otra) para que de pronto todo sean fotos en sus jaimas y hoy bombardeos a nariz tapada. Porque Gadafi, con su aspecto de loco de la colina loco de veras, siempre ha sido como ha sido siempre, y por más que quieran vendernos otra cosa, si se le vuelve a atacar ahora es por lo mismo que, en otras guerras recientes, nos sacó a tantos a la calle: el petróleo.

La excusa de proteger a su pueblo de la masacre del tirano tiene el contrasentido de que los cazas y los misiles no discriminan todavía entre oprimido y opresor. Matamos para salvarlos, casi nada. Pero no nos indignamos: ya cumplimos con otras guerras nuestra cuota de protesta.

Se equivocaba en el fondo el señor Llamazares. No es solo a Zapatero a quien hay que decirle quién te ha visto y quién te ve, sino al resto de todos nosotros, ciudadanitos de Europa.