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En Amancio Ortega se funden valores dignos de emulación en esta hora de tribulaciones para salir adelante

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AAmancio Ortega, a quien no tengo el placer de conocer (por si los mal pensados), es el dueño de una compañía, Inditex, que vale hoy en Bolsa aproximadamente lo mismo que Endesa, ACS y Ferrovial juntos. En un año difícil como 2010, sus beneficios han alcanzado la cifra de 1.732 millones de euros. Trabajan en ella más de 100.000 empleados y tiene en gestión directa más de 5.000 tiendas de ropa, calzado, hogar y complementos en 77 países. Es la primera empresa de confección del mundo, por encima de la sueca H&M, que se fundó mucho antes, en 1947.

En 1963 Amancio Ortega, un joven de 26 años, inició un negocio de confección de batas de boatiné en su casa, con su entonces mujer Rosalía Mera. Recuerdan esos comienzos los del matrimonio más afamado de la ficción española, los Alcántara de 'Cuéntame', con aquellos 'jeans' que cosía a máquina Merche, antes de lanzarse a emprendimientos mayores. Pero nuestro héroe de verdad fue bastante más lejos en su ambición que el de ficción. Su éxito es literalmente asombroso. Y así como la historia empresarial del vertiginoso crecimiento de Zara y el resto de las marcas de Inditex es bien conocida, la legendaria discreción del personaje ha impedido que se le preste la debida atención como 'role model' de una España tan necesitada de ellos.

¿Por qué me parece interesante Amancio Ortega como modelo? Porque creo que en él se funden valores dignos de emulación en esta hora de tribulaciones acerca de nuestras capacidades y aptitudes para salir adelante en las dificultades. El primero es, obviamente, el instinto de superación a partir de unos orígenes humildes. El segundo, la visión, que le llevó a intuir un modelo de negocio revolucionario y a rodearse de un equipo capaz de convertir el sueño en realidad. Ortega entendió que había un mercado para la moda asequible sobre la base de combinar diseño, eficiencia productiva y logística de fabricación y distribución que aplicara un exigente 'just in time' para satisfacer una demanda de novedad cada vez más perentoria.

El tercero, la sagacidad para buscar el mejor talento y crear una mística de empresa muy comprometida y entregada. El cuarto, la férrea constancia de propósito para crecer sin perder la cabeza, sin dar pasos en falso, pero sin conformarse nunca con lo conseguido.

Y el quinto y más importante, hacer trascender la obra a la persona. El problema típico de las empresas familiares, el de la sucesión, lo ha resuelto modélicamente, primero a través de la salida a Bolsa, y más tarde transfiriendo la responsabilidad de la gestión fuera del círculo familiar, pese a mantener el control accionarial de la compañía.

Hoy no existe ciudad importante del mundo en la que la presencia de una tienda de Zara en su mejor zona comercial no nos traiga un puntito de orgullo nacional cuando nos topamos con ella. Eso también es hacer patria.