Opinion

Una religión sin votos

La política de este país siempre ha dado la espalda a los militantes de lo verde

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Una fábula ecologista con humanoides de piel color turquesa, orejas de duende, rabo de mamíferos y ojos ámbar con forma de almendra reventó las taquillas de los multicines al final de la década. Una ingenua historia de amor a la naturaleza fechada en 2154 se convirtió en la película más rentable de la historia. Porque gentes de todas las edades peregrinaron a las salas de proyección en 3D para identificarse con la lucha de los inocentes 'navis' frente a los malvados empresarios mineros en el 'Avatar' de James Cameron, confirmando que el ecologismo se ha convertido en la nueva religión global.

Los fetiches de la nueva confesión contienen similar carga espiritual, ambigua e inalcanzable que los misterios de otras creencias. Y se enuncian de forma análoga bajo conceptos idealizados como la sostenibilidad, la biodiversidad o el cambio climático. Pero a la hora de traducir a la acción práctica las utopías medioambientales este país siempre ha dado la espalda a los voluntariosos militantes de lo verde. Desde 1983, en que por primera vez un pequeño grupo del Movimiento Ecologista de Cataluña concurrió a las elecciones municipales bajo el nombre de Alternativa Verda-MEC, las urnas no han premiado más que con una mísera pedrea a sucesivos intentos de transformar en acción política la quimera ecologista. La lucha por la conservación del entorno, de las especies amenazadas, del litoral devastado y la posidonia de los fondos marinos asfixiada por los vertidos se asocia en España a la militancia idealista y caritativa. Un ciudadano concienciado con el reciclaje de sus residuos domésticos y apasionado consumidor de documentales de denuncia sobre el peligro de extinción de las ballenas abonará gustoso unos euros para sostener una campaña de Greenpeace. Pero se sentiría estrambótico desertando de su partido de toda la vida para votar a una fuerza política ecologista. Parece como si cada miembro de la comunidad sensibilizado con la conservación de la naturaleza rechazase en su fuero interno la contaminación política, partidista, sectaria del ensueño voluntarista y filantrópico con que relaciona la lucha por el futuro del planeta.

Ahora vienen otros tiempos. La crisis está modificando los parámetros de nuestra calidad de vida obligando al «homo consumidor» a volver la vista a otros indicadores del bienestar para no caer en la melancolía. Ahora quizás si los adalides del retorno a los placeres de la naturaleza frente al consumo y el crecimiento sin límites dan con la tecla adecuada los desengañados de la política tradicional puedan volver sus ojos hacia la última quimera. El ex director ejecutivo de Greenpeace, Juan López de Uralde, comprobará con Equo en las próximas elecciones generales si la nueva religión ecologista además de fieles tiene votos.