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RELEVOS

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Obama, que era un amigo condicional de Mubarak, aplaude que le hayan echado después de tanto tiempo, tantos robos y tantos muertos. Compara lo ocurrido en Egipto con la caída del muro de Berlín, pero son derrumbamientos distintos. Cuando se abatieron los ladrillos grises que separaban la capital de Alemania, gracias a la intervención del entonces vicario de Cristo, se alegró todo el mundo occidental, pero ahora los que se han puesto más contentos son los Hermanos Musulmanes. Vamos a ver lo que hacen con los escombros.

Ha sido el pueblo, eso que llamamos pueblo, el que ha obligado a capitular al recalcitrante dictador, que se ha refugiado en el balneario de Sharm el-Sheikh. Un balneario siempre es un lugar adecuado para el descanso y mucho más cuando se evita un baño de sangre. El Ejército se ha hecho con el poder que jamás había soltado. Nunca un hombre solo, aunque se llamen Stalin o Hitler, puede sojuzgar a una gran nación si no tiene furibundos partidarios. Hay aceleradores de la Historia, del mismo modo que existen los que la retrasan, pero ambos linajes exigen ponerse al frente de la manifestación. Si no hay nadie detrás no pueden dictar nada los dictadores. Que Alá coja confesado al pueblo egipcio, mientras su ex 'rais' empieza a sufrir contrariedades. Suiza ha embargado sus cuentas.

Nuestros relevos tienen una dimensión mucho más pequeña. Aquí lo que quiere alguna gente es echar al señor Camps. El faraón provincial, complicado en la red Gürtel, no tiene uno o más cadáveres en el armario, sino muchos trajes. No aspiraba a ser Tutankamon, sino Petronio, el árbitro de la elegancia valenciana. La acusación de cohecho por doce trajes, cuatro chaquetas y cuatro corbatas es ridícula. El concepto de grandeza ha muerto entre nosotros y nos conformamos con el escándalo.