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La grandeza de lo pequeño

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Hace 5 años escribí un artículo en este periódico, titulado '¿Solo los ángeles lo ven?', en el que hacía referencia a una famosa anécdota recogida por Oscar Tusquets ('Dios lo ve', Anagrama), en la que se preguntaba por qué los artesanos del medievo tallaban o pintaban con tanto primor imágenes en lo alto de las cúpulas góticas, donde los ojos humanos no podían valorar ni apreciar desde el suelo tanta maestría. La respuesta era: «Dios lo ve», haciendo referencia al mimo y cuidado con que trabajan las personas que persiguen la belleza por encima del esfuerzo.

En nuestros tiempos, esta pasión por la belleza como fruto del trabajo humano es poco frecuente y por ello más valiosa. Lo digo porque hace un par de días tuve la fortuna de compartir parte de una maravillosa mañana soleada recorriendo los alrededores de la Plaza de la Candelaria en compañía de una de esas personas, un amigo, profesor de clásicas, que busca y defiende con pasión la belleza que esta ciudad muestra o esconde.

Desde detrás del escaparate de la deliciosa cafetería-librería La Clandestina, descubríamos un bello relieve de mármol que corona la puerta del edificio de enfrente. Su delicadeza y esbeltez son un regalo. No digo nada de los tesoros que esconden los interiores. En un patio de Montañés, mientras disfrutamos de la silueta de los hierros en forma de S que sostienen la galería o los que, como la imagen de un pájaro en vuelo sirven de eje para la polea del pozo, mi amigo pasó el dedo por el perfil de mármol labrado de uno de los escalones mostrándome su delicadeza con el gesto. Había entrado y fotografiado el patio en varias ocasiones, pero, pendiente de los volúmenes y la luz, no había reparado nunca en la perfección con que están diseñados sus elementos; una delicadeza para ser disfrutada como el bouquet de un auténtico reserva. Vimos también en La Candelaria un buen ejemplo de las puertas de verano, de lamas tipo mallorquina, que poquísimas casas conservan desgraciadamente.

Pero no todo fue gozo, porque mi amigo señalaba los elementos originales que han ido desapareciendo de suelos, patios, escaleras o fachadas mientras veíamos las desafortunadas intervenciones de rehabilitación salvaje que se han perpetrado a la vista de todos. Así, sus paseos son una mezcla de gozos y sombras, que traslada cada domingo a las páginas de este periódico con el título 'Exteriores Robados'.

Como es mi amigo, no citaré su nombre dejando que lo averigüen; porque es de esas pocas personas que creen de veras en Cádiz, ya que luchan con su testimonio por defender su patrimonio y habitabilidad. Tiene una ventaja, y es que su amor por Cádiz no es de nacencia sino de querencia, porque surgió en los ojos de una gaditana.