Varios haitianos caminan junto a un gran cementerio improvisado en las afueras de Puerto Príncipe. :: REUTERS
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Haití se aferra a la fe para sobrevivir

La ONU estima que solo devolver al país a su estado original de extrema pobreza exigirá veinte años

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«¿Habéis dejado de creer en Dios?», gritaba por el megáfono uno de los muchos evangelistas que han tomado Puerto Príncipe en el aniversario del apocalíptico terremoto. Pero la fe es precisamente lo único que sostiene a este pueblo vapuleado sin piedad. Celiani Jean Chol se gastó ayer sus últimos 25 'gouds' para llegar hasta los restos de la catedral capitalina, donde escuchó misa sentada sobre una piedra sin saber cómo volvería a casa. «Dios no nos puede haber abandonado, de ninguna manera», rechazaba. «Crecí en la iglesia y me moriré en la iglesia, como el arzobispo», asegura la mujer.

La fe de los haitianos es más poderosa que cualquier símbolo, por mucho que hace un año la naturaleza dejase el templo convertido en un raquítico esqueleto de cimientos tambaleantes. Por sus ruinas caminaban ayer cientos o miles de haitianos, haciendo equilibrismo sobre los cascotes, aferrados a la verja de metal que sobrevive en pie como si fueran las puertas del cielo. Si lo son, Dios les ha dejado fuera.

La misa a la que acudió el expresidente Bill Clinton, en su función de copresidente de la Comisión Interina para la Reconstrucción, se celebró bajo una lona en los aledaños del ruinoso edificio, engullido por la turba en busca de un abrazo divino. Prueba de que Dios existe es que están aquí, «podía haberme muerto como tantos otros y no vería este día», dice René Olisten, sin tener muy claro si eso es para bien o para mal. Cuando piensa en todos los amigos y familiares que perdió hace un año, solo se le ocurre decir: «Por lo menos escaparon de las miserias que estamos pasando». Entre esos 300.000 muertos, muchos aún sin enterrar, se encuentra también su marido, padre del niño de 4 años que se abraza a su pierna. Nunca recuperó su cadáver. «No hemos podido enterrarlos, no tenemos dónde velarlos. Lo único que podemos hacer es rezar para que Dios los reciba».

Bienemé Nicole sabe dónde velar a los suyos. Desde la puerta del cementerio contempla la fosa común en la que ella misma y su hermano depositaron los cadáveres de varios tíos y primos. Los vecinos, que apenas tienen para comer, han comprado entre todos una corona de flores con la que honrar a los 30.000 cadáveres que se estiman bajo esa capa de cemento desnuda. La cifra, como todas las que se barajan en Haití, nunca se sabrá con exactitud. El sepulturero contó 50 camiones.

Críticas a los dirigentes

Cinco artistas locales, apadrinados por una escuela de cine de Ohio, pintaban ayer de crítica y esperanza un muro de ladrillo ovalado que acuna la mancha de cemento. En el centro, contando el dinero sobre un ataúd, el presidente René Préval. A sus espaldas asoman las cabezas sin rostro de «todos los que quieren sucederle», explica el pintor Jean Gadino Jerôme, brocha en mano. «El país se está muriendo de hambre y ellos solo piensan en coger el poder para seguir robando». A sus pies, las casas en volandas que siegan cabezas sangrientas. De un lado, una exuberante mujer desnuda de pechos firmes se enjuga las lágrimas. «Es Haití», dice Jerôme. Y del otro señala al Haití con el que sueña, con un tren de alta velocidad que recorre lomas verdes, autopistas elevadas y dos edificios, «una universidad y un hospital de verdad, que no tenemos ninguno. Es el futuro por el que rezo, aunque yo no lo pueda ver», suspira el artista de 41 años.

La ONU estima que la reconstrucción llevará 20 años, pero incluso si se cumple ese plazo solo habrá vuelto a su estado original. Esta mitad de la Española ya era entonces el país más pobre de occidente, con todas las miserias de Latinoamérica sumadas a las del continente olvidado.

En su defensa, el coordinador de labores humanitarias de esta organización, Nigel Fisher, recuerda el estado de Kobe cinco años después del terremoto, «con toda la riqueza de un país como Japón». O el de Irak, siete años después de la invasión estadounidense. O el de Georgia, 20 años después de la guerra. O el 'Katrina' de Nueva Orleáns, donde el Lower Nine Ward seguía intacto un año después. «No es realista esperar que podamos acabar con todos los problemas estructurales de Haití en un año», ruega Fisher. «Esto va a llevar mucho tiempo. Puedo enumerar la lista de progresos, pero sé que nunca serán suficientes».