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JUGAR LA PRÓRROGA

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No sólo las águilas desertoras de las banderas, sino las calandrias, a las que los poetas llaman «damas altas». Todas las avecicas del Señor están desconcertadas. ¿Se prorroga o no se prorroga la alarma? ¿Hay que blindar la Navidad o basta con los ladrillos del turrón y los diminutivos? El Gobierno no los sabe aún y nos tiene, si bien no sobre ascuas, sobre el florido heno donde está a punto de caer el clavel anual. Los nacionalistas creen que conviene mantener militarizado el espacio aéreo hasta que la triple monarquía de oriente visite el portal más célebre del mundo, pero otros opinan que las medidas excepcionales, si se mantienen, dejan de serlo. Total, que hay muy mala uva para el fin del año.

Los controladores no se fían del Gobierno, que les sigue acusando de promotores del sabotaje que dejó timados en los aeropuertos a más de medio millón de compatriotas, de esos que no creen que su patria sea exactamente su dinero. Por otra parte, el Gobierno no se fía de los controladores, así que no sabemos lo que va a pasar.

Nadie debe llamar zozobra a esta situación, ya que refleja un estado de ánimo, más bien de desánimo, que no permite el sosiego, pero ambas partes disponen de mucho tiempo para decidir su conducta. El ministro de Fomento, José Blanco, le ha pedido al árbitro, que en realidad es Rubalcaba, que continúe el partido ya que la pelota está todavía en el tejado. ¿Qué podemos hacer los espectadores? No es cosa de abandonar el estadio, aunque esté empezando a perecer todo verdor. El Ministerio de Justicia rechaza la acción preventiva e indefinida y el de Defensa no muestra el menor entusiasmo porque se siga jugando. Mandar siempre es algo arduo, pero se facilita mucho si se manda mal. Alguien que sabía bastante del asunto, Napoleón, dijo que prefería un general malo a dos buenos. Lo peor es cuando los dos son malos.