Jerez

Vivir sin beber en la ciudad del vino

Las cinco asambleas que la comunidad tiene en la localidad ayudan a salir del bache a los nuevos alcohólicos que está generando la crisis Alcohólicos Anónimos conmemora en los grupos de Jerez sus 75 años de lucha mundial

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«Nosotros no estamos en contra del alcohol», aseguran de forma solemne ellos, por insólito que pueda parecer. No es el licor etílico el enemigo contra el que luchan los miembros de Alcohólicos Anónimos desde que se fundara la comunidad en 1935, en Estados Unidos. Muy lejos de allí, en Jerez se vive entre bodegas, bares y toneles de vino diseminados por todas las avenidas. La tentación está presente nada más girar la calle. «Imagínate en Escocia, con el whisky. En Rusia, con el vodka. O en Portugal, con el oporto». Y así, hasta completar los 190 países por los que se despliega este colectivo.

«Yo soy la que tiene el problema, la enfermedad del alcoholismo», aclara sin contemplaciones Ana, que bien pudiera ser Rocío o Marta. «Cuando voy a la radio digo que soy Laura», añade entre risas. Y es que las personalidades se quedan fuera de las reuniones programadas en cualquiera de los cinco grupos que la asociación tiene repartidos por las calles de la ciudad famosa por el jerez. Hay encuentros en Las Delicias, San Miguel, La Plata, Las Torres o San Telmo.

Hace tiempo que el estereotipo del vagabundo con el cartón de vino que tanto daño ha hecho a la imagen del enfermo de alcoholismo dejó de ser la principal fuente de preocupación de los que hoy son ex adictos y ahora quieren ayudar. «A mí el típico borracho no me afecta, porque es su vida», justifica Jacobo tras aguardar pacientemente su turno de palabra en la reunión. «Hay otras cosas que son peores en las casas, con las familias y los hijos. Pero claro que se puede llegar a ser borracho de la calle», augura con la virtud del que sabe.

Ganas no les faltan a los contertulios de sacar del abismo a todos y cada uno de los consumidores que aún reniegan de su patología. Pero no pueden. No está permitido. «Lo lógico sería decir bueno, hacemos publicidad», explica Carlos. «No podemos hacer promoción, sino atracción». Tiene que salir de ellos. Todo se debe al anonimato de una comunidad que ya desde su denominación alberga este carácter, que impregna también a las agrupaciones organizadas. «Si yo me autopromociono, la experiencia me dice que volveré a beber». Por ello, el lugar donde esta reunión celebrada para una docena de voces, a la que ha podido acceder LA VOZ, se mantiene premeditadamente oculto: a cualquiera de ellos, sin discriminación, puede acudir quien lo necesite.

Primer paso

La coletilla 'y soy alcohólico' acompaña siempre a la presentación previa al testimonio de los participantes. La raíz del problema es compartida; las consecuencias son diferentes. «Sólo nos une la enfermedad», insisten casi todos. A veces es precisamente la sintomatología derivada de su consumo la que invita al paciente a abandonar la bebida, como le pasó a Felipe: «En un primer momento -recalca- me vi ingresado con una pancreatitis».

Bajo consejo médico, dejó entonces de beber, pero «sólo por tapar la botella tu vida no deja de ser un desastre», asume convencido. No había rasgos que le delataran por ello: «Poca gente me ha visto dando camballadas por la calle, mal vestido o mal aseado». Pero el vacío que le había dejado el abandono de una forma de vida orientada en torno a la bebida acabó provocándole insomnio, mal humor y ansiedad. «Estuve sin beber tres años antes de conocer Alcohólicos Anónimos, pero no era feliz: era un abstemio amargado. Me lo decía mi mujer, mi gente y mis compañeros de trabajo». Como consecuencia, apareció el verdadero enemigo del alcohólico: la recaída. Ahora, Felipe confiesa que no está aquí para dejar de beber, sino para ser mejor persona: «Una cosa te lleva a la otra».

Hay tantas excusas como dramas. Felipe alegaba su profesión, que le lanzaba de bar en bar en busca de clientes. Otros, como Isaac, se escudaban por el contrario en todo lo que no era el trabajo: «Cuando te quieres dar cuenta siempre hay un porqué. Yo bebía cuando cobraba mucho, cuando cobraba poco, porque era domingo, por mi cumpleaños, en Feria, en Navidad... y cuando no, ya porque tocaba». Habla la voz de la experiencia: «Cuando una persona se pone excusas, mejor que analice por qué bebe». Isaac tiene hoy 30 años. Por suerte, no ha perdido ni a su mujer ni a su hijo.

Connotaciones

«¿El mayor problema cuál es?: La palabra alcohólico». El miembro más joven del grupo saca a relucir, desde su experiencia, el primer escollo que ha de superar aquél que lo sufre en carne propia: «Tú le dices a cualquiera que eres drogadicto y que has salido de la droga, y te felicita antes que si le dices que eres alcohólico y te estás recuperando».

Incluso el propio Isaac tenía alterada su percepción sobre el término: «Lo que yo tenía entendido por alcohólico era el borracho con la botella de tinto y las barbas llenas de mierda. Fíjate. Si tengo que llegar hasta ese punto para darme cuenta de que lo era, no hubiera puesto todavía rumbo a mi vida». Sus compañeros en esta dura batalla coinciden con él en los prejuicios comunes, como lamenta Carlos: «Un hombre que bebe es muy gracioso, pero una mujer que bebe es una borracha que no cuida de la casa y tiene abandonados a sus hijos». Otros prejuicios cruzan la barrera de las ideas y se confirman como realidades cuando la única mujer presente en esta ocasión extraordinaria se ve obligada a marcharse, porque como explica un compañero, «muchas tienen que atender las casas». Y ellos lo lamentan: «Ellas tienen mucho mérito. Son las más valientes».

Sin discriminación

Con el de las mujeres pasa lo mismo que con otros colectivos que, si ya de por sí están sujetos a las ideas preconcebidas, cuando se mezclan con la enfermedad de la alcoholemia su efecto en la sociedad se multiplica. Entre los propios miembros se llega a comparar la percepción que todavía tiene cierta gente «de los negros, de los gitanos...», algo que se asocia erróneamente a «personas de poca credibilidad», según Paco. Sin alterar su tono ni entrar en controversias, José, de etnia gitana, aclara a su predecesor en el turno de palabra: «Esto no entiende ni de color, ni de raza, ni de estatus social, ni de edades».

«Cuando me di cuenta de que toqué fondo, mi vida se había vuelto ingobernable», relata a su audiencia. José recurre a figuras literarias para contar su historia con Alcohólicos Anónimos: «Es un desierto que uno intenta reconvertir en un oasis con la sobriedad que día a día se va consiguiendo». Acostumbrado a buscarse la vida, uno de los aspectos con los que reconoce estar más satisfecho es con que «el programa no da consejos, sino sugerencias. Aquí nadie impone nada».

Ni siquiera los famosos doce pasos de Alcohólicos Anónimos son imperativos. Fueron un médico y un corredor de bolsa los que los crearon y fundaron esta comunidad ahora mundial. Los datos abruman: 190 países, 16.000 grupos y 25 millones de libros vendidos por un precio inferior a un gin tonic. Todo para afrontar una enfermedad «que no se cura; se para», sintetiza Ana. Algunos hallan consuelo en tener «la mejor enfermedad que se puede tener», según Manuel: «Nos rejuvenece, nos pone mejor de lo que estábamos», y el único requisito es no beber. «Puedo hacerlo, pero sé las consecuencias».