Opinion

Las relaciones paterno-filiales hoy

PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Con mucha frecuencia hemos escuchado y leído del fracaso escolar, de la falta de autoridad de los padres, de la falta de ilusión de los jóvenes, del abandono universitario, etc., ante lo que hemos reaccionado con la recurrente frase «la vida ha cambiado mucho». Y es cierto, la comunicación padres-hijos-abuelos ha cambiado y se ha deteriorado, a pesar de que hoy se disponga de más medios para una relación más enriquecedora. Las relaciones se han convertido en más monótonas, más planas y menos formadoras de las nuevas generaciones. Y es que el entorno en el que convive la familia hoy, ha experimentado tantos cambios que ha empobrecido las relaciones paterno-filiales. Comencemos por el trabajo, en la actualidad la mayoría de los progenitores trabajan los dos, por lo que el niño/niña se pasa todo el día en el colegio e incluso come allí y cuando regresa a casa, sus padres (ambos), se deben ocupar de las tareas domésticas, sin que les quede tiempo para ayudar a sus hijos en los trabajos escolares y transmitirles ilusión por lo que están haciendo en esa etapa. Ello provoca frustración del hijo que puede desembocar al cabo de unos años en fracaso escolar.

El acelerado ritmo de vida de los padres impide pasar tiempo con sus descendientes y los abuelos que suplen a los padres no pueden ocupar el sitio de los progenitores y por regla general, en lugar de propiciar que los niños jueguen, lo que terminan es en casa y los pequeños ante videoconsolas y la televisión, con la visión negativa que puede representar una televisión basura, hoy tan extendida, provocando que tengan como referencia un contexto en que únicamente interactúan con adultos y con medios de comunicación que les sirven de distracción. El período de infancia se va reduciendo, tienen que valerse más pronto por sí mismos. Las condiciones laborales de nuestro tiempo sesgan nuestra vida personal, familiar y social.

Una función esencial de la familia ha sido tradicionalmente la de transmisión, por parte de los progenitores, de lo que saben a la generación siguiente y dicha transmisión solía producirse en el seno del propio hogar, la llamada «escuela del hogar». Hoy esta tarea se ha sustituido por la escuela y medios ajenos al hogar. Los progenitores han depositado en la escuela las competencias que les corresponden a ellos, con el consiguiente deterioro y cambio en las relaciones paterno-filiales.

Otro factor que viene influyendo de manera negativa en las relaciones paterno-filiales, es el hecho de la existencia de muchas familias monoparentales, consecuencia de separaciones y divorcios. En dicho entorno los pequeños no encuentran ni una explicación lógica de la situación, ni un clima adecuado para su formación. Comparten el tiempo de sus progenitores por separado y, en la mayoría de los casos, sin que exista un acuerdo entre los padres sobre la línea educativa que quieren seguir con sus hijos. La soledad del hijo compartido provoca tristeza, inconformismo y falta de aliento en su caminar hacia la adolescencia.

Las nuevas relaciones paterno-filiales se caracterizan por ser bastante permisivas, muy tolerantes y con una libertad absoluta, sin disciplina y sin normas. Los progenitores no controlan a sus hijos y no ejercen ningún tipo de autoridad sobre ellos, no aplican correcciones, tan necesarias a su edad, y todo ello como contrapartida por la falta de tiempo para estar con ellos, como una compensación por el incumplimiento paterno de su función educadora en el hogar.

Quisiera recoger aquí un pasaje bíblico, el que se refiere a la paternal pedagogía de Dios, en la carta a los Hebreos, que dice: «Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío no menosprecies la corrección del Señor; no te desanimes al ser reprendido por Él. Pues a quien ama el Señor, le corrige, y como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará». Y es que el refrán «quien bien te quiere...», se debe confirmar en la vida cotidiana en la relación paterno-filial.

Y llega la vida universitaria, en la que se integran los jóvenes con carencias importantes en cuanto a formación y conocimientos, consecuencia de la defectuosa etapa escolar, enfrentándose a un nuevo mundo académico al que tienen que adaptarse por sí mismos. Una vez en la Institución, deben aprender el «oficio» de estudiantes, que supone esfuerzo y dedicación al estudio de aquello que han elegido para su formación previa al mundo del trabajo y ahí se topa con la falta de habitualidad en el aprendizaje, lo que provoca imposibilidad de interiorizar todo lo que van a necesitar para su vida futura. Y a todo ello se une la falta de ilusión por el futuro mundo laboral, sin expectativas de trabajo una vez que terminen su paso por la Universidad. La deserción universitaria se produce a causa de todas las etapas anteriores y por la ausencia de unos «cimientos» básicos sobre los que asentar esos conocimiento superiores que conformarán la persona del universitario.

Una reflexión final, las generaciones que estamos preparando serán las que nos sucederán, y es nuestra responsabilidad, la de todos, padres, educadores, políticos, detenernos a analizar qué es lo que debemos rechazar de la vida actual y qué implementar para que esos jóvenes sean verdaderos hacedores de un mundo mejor para todos, con la formación e ilusión necesarias para llevarlo a cabo.