PAN Y CIRCO

AMOR SEVILLISTA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un muy buen amigo mío sevillista vivió con mi padre y conmigo el descenso del Cádiz el pasado sábado. Acostumbrado como está últimamente a sentir sensaciones fuertes gracias a los éxitos de su equipo, decidí invitarle dado el calado del espectáculo que íbamos a presenciar. Se enfundó la camiseta amarilla, se compró las indispensables pipas para los nervios, se entremezcló como un cadista más entre las gradas de Preferencia y se colocó los auriculares para escuchar el milagro que nunca contó la radio. Enseguida, se convirtió en la referencia de algunos aficionados que deseaban saber la procedencia de los goles que fueron cayendo durante la tarde. En todo momento alerta por si un marcador variaba, daba la voz de alarma y, cual veloz pregonero, relataba el color del tanto. Nos despistó un poco a todos cuando cantó un poquito más alto de lo normal las dianas del Hércules en Irún, que abocaban al Betis a permanecer en Segunda División una temporada más. «Nunca te rías del mal ajeno, que nunca se sabe cuándo le puede tocar a uno», le espeté yo. A lo que me contestó: «ésto favorece al Cádiz, ¿no?, je, je, je». Inmediatamente pidió perdón por habernos hecho albergar alguna esperanza. Desde un principio se mostró mucho más optimista que nosotros pero, conforme transcurrían los minutos, se abonó a mi pesimismo. Nadie fallaba, y él no paraba de mirar y remirar la revista que nos habían dado al entrar en Carranza, donde se detallaba a la perfección las cábalas que se tenían que dar para el milagro. Y lo volvía a mirar, con ganas de haberse equivocado, con ansias de encontrar la inmerecida salvación que no pudo ser. Padeció y sufrió como un cadista más. Para que luego digan que los sevillistas no quieren al Cádiz.