DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

HASTA SIEMPRE, LARGO

Se nos ha ido para siempre José Antonio González de la Peña, una gran persona, un gran rociero

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Esta semana la peor noticia no ha venido de parte de los analistas económicos, la Delegación de Recursos del Ayuntamiento de Jerez o ese estudio de La Caixa que siempre dice que los andaluces y, más en concreto, la provincia de Cádiz está en el vagón de cola de los parámetros nacionales y europeos en creación de empleo y riqueza.

Esta semana todo eso ha pasado a un segundo plano para mucha gente, entre los que me incluyo, porque esta semana se nos ha ido para siempre en Jerez un gran hombre.

El jueves poco después de las doce del mediodía alguien me pasó una llamada: «Enrique Víctor de Mora quiere hablar contigo, es urgente». Y fue esa urgencia con la que me apremiaba el bueno de Enrique la que me hizo pensar de inmediato en lo peor.

En efecto, nuestro querido compañero y amigo José Antonio González de la Peña no había podido ganar la batalla contra el cáncer, esa maldita enfermedad que tantas bajas está provocando en nuestras filas; ese asqueroso mal que a tanta gente buena nos ha quitado.

Pepe Antonio, como todos lo llamábamos, o mejor dicho, el Largo, como aparece en mi agenda del teléfono móvil, fue un tío que se hizo querer. Inteligente, culto, divertido, educado y gran conversador, tuve la oportunidad de trabajar con él hombro con hombro en infinidad de retransmisiones de Semana Santa y El Rocío. No cabe duda que los micrófonos de Radio Jerez se han quedado bastante más desamparados y vacíos con su marcha.

Estos días, precisamente, si todo hubiese ido como debiera, el Largo nos estaría contando el devenir de la Hermandad del Rocío de Jerez por las arenas de Doñana, ese coto en el que tanto disfrutaba.

El destino, la divinidad, la providencia o no sé qué ha querido que su despedida haya coincidido con el camino de los rocieros jerezanos, en cuya caravana me consta que la noticia cayó como una puñalada en el corazón.

Leía el viernes en Cofrademanía a Andrés Cañadas, en un artículo que me emocionó por su verdad y su desgarro, aseverar que ya nada volverá a ser lo mismo en esos caminos con la hermandad jerezana, en esas noches de Marismillas o Carbonera, en esa 'bundescena' que se inventó el propio Pepe Antonio o en el rengue del Cerro de los Ánsares para dar cuenta de los patés de jabalí y roquefort que nunca faltaban en el equipaje cotero del Largo.

Confío en que en vida llegase a percibir el aprecio verdadero que le tenía y aprovecho ahora estas líneas para honrar su memoria y destacar la categoría de un hombre grande en todos los sentidos, no sólo en el físico. Pepe Antonio fue un referente para muchos de los jovencitos que empezamos en la radio a mediados de los noventa, nos enseñaba algo nuevo en cada programa, en cada retransmisión.

Tenía un estilo único, directo, de los que generan confianza desde el primer minuto en el oyente.

No lo vi jamás faltarle el respeto a ningún compañero, se ganó la confianza y el cariño de todos, y, si me permiten, con esa figura sobresaliendo por encima de todas las demás en las procesiones de Semana Santa, con su micrófono amarillo de la SER en todo lo alto, se había convertido en algo así como un patrimonio de la profesión.

En el mundo cofrade lo hizo y lo dio todo, pero las circunstancias o la poca vista de tantos consejos que han pasado por la Unión de Hermandades han impedido que, finalmente, pudiese pregonar la Semana Santa jerezana desde el atril del Villamarta.

Para mí, como decía el jueves Enrique Víctor de Mora, su nombre está ya en la lista de los pregoneros de Jerez, aunque su mensaje nos llegue de otra forma.

Quisiera antes de finalizar mandar un abrazo y todo el cariño a su hermana, a sus inseparables compañeros y amigos Lechuga y Galindo, a su queridísima Vicky, escudera siempre en el camino del Rocío y en los caminos de la vida.

Se nos ha ido una gran persona, un gran rociero, un excepcional cofrade y un excelente comunicador. Afortunadamente, era un hombre querido y sabía del afecto verdadero que se le profesaba en su tierra.

No ha habido que esperar a estos tristes momentos para escuchar o leer elogios sobre su persona.

Cuando llegan estas fechas rocieras, los que nos hemos criado en el amor por la Blanca Paloma echamos de menos cada vez a más gente. Desde ahora, qué pena Pepe que ya no estés aquí, cuando oiga un «¡Viva la Virgen del Rocío!» tú también estarás en mi mente y en mis recuerdos, querido amigo. Hasta siempre, Largo.