Rosales en una corrida en Santo Domingo de la Calzada en 2009. :: L. V.
Sociedad

Naufragio y rendición de una terna de neófitos

MADRID. Actualizado: Guardar
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En la primera mitad de la novillada saltaron tres novillos encastados y de interés. El extremeño Paco Chaves, banderillero voluntarioso, estuvo medio acoplado en una faena de las de acompañar viajes. Se torció de repente y sin motivo la cosa. Aunque a su aire, y pese a sus galopadas de vértigo, el toro dejaba estar. Perdonó que a Chaves se le fueran los pies. Como el toro no humillaba, y sin haberlo siquiera cuadrado, Chaves atacó con la espada a toro arrancado, soltó el engaño y agarró un metisaca muy bajo, que pareció darle al toro más vida y más pies. Y a partir de entonces vivió Chaves un quinario. Y otro el toro. Tardó Chaves en cazarlo de una atravesada, tardó más todavía en entender que ninguna de los dos estocadas tenía muerte, sonó un aviso, otro, una tercera estocada con el toro ajeno y a la huida, una suerte de verbena frente a chiqueros sin que nadie acertara a pegar un capotazo por abajo ni a sacar la espada atravesada. Sonó el tercer aviso. Se echó el toro, se levantó, Chaves no sabía ni dónde estaba el palco, rompió una bronca, aplaudieron en el arrastre al toro, apuntillado antes de salir por él los bueyes.

El segundo novillo salió bueno y pareció del filón mejor de la ganadería. Le pegaron sin piedad un primer puyazo muy trasero. Hidalgo anduvo compuesto, aguantó encajadito por la mano diestra, no lo vio claro por la izquierda, el acople fue a menos y al cabo afloró en el toro la chispa de casta que aconsejó montar la espada. Una estocada en el chaleco.

El tercero, degollado, muy en tipo, de fino remate, se estiró enseguida. Rosales pegó una espantada en los lances de recibo: se le fueron los pies, tiró el capote al venírsele el toro. Pareció una temeridad haber anunciado a tres matadores tan poco rodados con una cuajada novillada de saltillos, duros de manos los seis. Las cuadrillas, nerviosas, no contribuyeron a calmar los ánimos. Ese tercer saltillo, muy en santacoloma, escarbó pero se dejó con su gota de temperamento. Mal que bien se sostuvo Rosales. El toro no quería comérselo. Una estocada a paso de banderillas, cuatro descabellos. El cuarto imponía por delante. Desarmes en el recibo, batacazo de un picador que salió volando por las orejas, seis picotazos de toro que se blandea, un tercio de banderillas sonado porque Chaves tiró los palos antes de cuadrarse en el tercer par y un renuncio porque el toro se apalancó, se avisó, se puso a la defensiva y no dejó ni acercarse a la tropa. Una estocada a la tropa. El quinto hizo cosas de toro pregonado. Frenazos en la primera toma de capa, cornadas al aire, escupidas del caballo en varas. Era de banderillas negras. Lo sangraron a traición, el toro se avisó, perdía objeto, arreaba trallazos. Hildalgo perdió los nervios, tiró las armas varias veces. Se habían vivido escenas de capea durante la muerte del primer toro. Las huidas o los arreones del toro descomponían a todos y los metían a saltos en las troneras, los toreros perdían los trastos, llegó a haber tres capotes y una muleta por el suelo en señal de rendición. Ni perfilarse pudo Hidalgo. Sí cobrar dos espadazos. Sonaron tres avisos. El toro se dejó envolver entre los bueyes de Florito.

También en el recibo del sexto soltó las armas Rosales. Mansito en el caballo, barrió las tablas y las limpió de personas, pero el novillo tuvo bondad y dejó estar. Rosales se hizo de ánimo. Se le fueron los pies antes de reunirse al cabo de dos tandas tan solo. El espectáculo no será fácil olvidarlo. Una estocada y adiós.