Sociedad

Serra, el dios del acero

A sus 71 años, está considerado el más relevante escultor de vanguardia en activo del mundo El artista norteamericano obtiene el Premio Príncipe de Asturias a las Artes

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A la cuarta fue la vencida. Finalista del Príncipe de Asturias de las Artes en cuatro ocasiones, el escultor Richard Serra logró ayer el preciado galardón al que optaban otras veintinueve candidaturas procedentes de catorce países, entre los que figuraban la bailarina cubana Alicia Alonso, el compositor italiano Enio Morricone, el arquitecto portugués Álvaro Siza o el cantautor Joan Manuel Serrat. Propuesto al premio por la comisaria de arte del siglo XX de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, Carmen Giménez, el artista norteamericano (San Francisco, 1939), hijo de padre mallorquín, está considerado el más relevante escultor de vanguardia en activo.

Así lo ha considerado también el jurado, presidido por José Lladó, al valorar su estrecha vinculación con «la mejor tradición del arte europeo a lo largo de su brillante trayectoria. Es un artista polifacético, cuya dimensión universal se expresa en formas contundentes y conceptos sugestivos», recoge el acta del fallo. Además, destaca «su audacia para vertebrar desde su perspectiva minimalista los espacios urbanos más significativos a escala internacional, a través de obras de gran potencia visual que invitan a la reflexión y el asombro».

Vestido casi siempre completamente de negro y parco en palabras y sonrisas, son muchos los críticos de arte para quienes Serra «guarda cierta parecido con sus obras». Y es que «la aparente frialdad de sus creaciones -resaltan- contrasta con las emociones inexplicables que éstas suelen producir». Tienen razón. Este dios del acero que, primero, estudió Literatura en la universidad de Berkeley y, después, Arte en la de Yale busca que sus esculturas sean «un punto de encuentro, un lugar de reunión, de conversación», según sus propias palabras. Sin duda lo consigue. La gente entra y sale, se pasea e, incluso puede pararse a charlar, en sus inmensas esculturas que pesan toneladas. «A lo que aspiro es que cada persona se relacione con ella (sus obras) como le apetezca, son como grandes contenedores o grandes buques en los entras y, a partir de ahí, cada cual decide cómo vivirlo», dijo en una entrevista reciente.

Creaciones inmensas

«Esculturas como buques» esta es otra de las 'claves' de uno de los artistas vivos más cotizados. Porque si algo caracteriza a Serra son las inmensas esculturas de acero corten que se aferran a lo mínimo, como las que pueden verse en el Guggenheim de Bilbao. Esa afición por las planchas de enorme proporciones está, sin duda, íntimamente relacionada con su trabajo en una acería -una actividad que le dejó un enorme poso- antes de poder vivir del arte.

Pero no siempre fue un escultor del acero. En sus comienzos. El trabajo más temprano era completamente abstracto: plomo fundido lanzado contra la pared de un estudio o de un espacio de la exposición, lo que supone un claro ejemplo del 'process art'. Aunque su obra está fundamentalmente centrada en la escultura, también es autor de obra gráfica e incluso ha hecho significativas incursiones en el cine, ya que en los años sesenta realizó una serie de películas centradas en la ejecución repetida y sistemática de tareas sencillas. Destacan entre ellas 'Hand Catching Lead' y 'Hands Tied', ambas de 1968.

Si algo caracteriza a este artista desde sus inicios es la austeridad, una 'marca' que le llevó en esa misma década a elaborar una lista de palabras que constituirían su vocabulario plástico. Decenas de verbos, como 'doblar, cortar, quitar, simplificar, abrir, torcer, mezclar, rotar. Y ese restar hasta quedarse en el hueso del arte es también una actitud vital para él. «Poco a poco descubres tu trabajo al darte cuenta de lo que no eres, lo que no quieres conseguir, lo que te niegas hacer», escribe en uno de sus textos. Y por restar, Richard Serra se querría excluir también de la historia. «El axioma de que el conocimiento deriva de la historia lo lleva a uno hacia falsas expectativas, falsas aspiraciones», escribe. «La historia es algo de lo que uno debe desprenderse. Y ojalá fuera tan sencillo. No puedes permitir que la historia te defina, no puedes utilizar la historia para esconderte detrás, como un refugio». Lo malo es que a veces huir te hace caer en los brazos de tu enemigo. En este caso, la Historia reservada sólo a los grandes.

Seguramente fue la mayor cantidad jamás pagada por un museo: 20 millones de dólares por el encargo de una instalación a Richard Serra, cuyas torsiones elípticas han reflejado desde entonces en el Museo Guggenheim Bilbao una formidable experimentación, que ha conseguido asociar el movimiento en el espacio y la rotundidad volumétrica con la percepción sensorial y las respuestas profundas, casi emotivas, de los espectadores. El precio no fue un asunto baladí, porque la opacidad de las administraciones vascas se vio desbordada por una indiscreción en Nueva York, sabiéndose allí lo que aquí no se quiso decir. Pelillos a la mar, claro, porque lo importante fue una adquisición artística capital, obra de uno de los mejores creadores del arte contemporáneo.

Y es que eso es Richard Serra; 'primus inter pares', no sólo por la formidable calidad de su indagación física, espacial y sensorial, sino también por una trayectoria plagada de retrospectivas, instalaciones y reconocimientos. Más aún, hasta se podría decir que Serra es el único escultor minimal que ha logrado trascender la moda efímera de aquella corriente, a base de unir la escala física de su escultura monumental, con una escala intelectual que recoge indudables raíces de la historia del arte. Que ahora le otorguen el Príncipe de Asturias de las Artes no hace sino corroborar tanto el notable valor creativo de un artista fundamental, como el acierto de aquella apuesta del Guggenheim, cuyo precio se escondió inútilmente.