Del Álamo da un pase con la muleta a su segundo astado. :: EFE
Sociedad

Raza y firmeza de Juan del Álamo

Meritorio triunfo del novillero con dos novillos de Carmen Segovia. Trago amargo para el francés Joubert con un fiero y ofensivo toro de Torres Gallego

MADRID. Actualizado: Guardar
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De los cuatro novillos disponibles de Carmen Segovia el de mejor remate fue el primero. De tardo temperamento, a media altura los viajes, tuvo fijeza. Se lidió y jugó con fuerte viento. Temerario, el francés Joubert se había ido a porta gayola a saludarlo. El viento se le metía por los vuelos del capote antes de soltarse el toro. Pero ya no cabía arrepentirse. Una larga afarolada de rodillas. Cuando trató Thomas de estirarse, lo descompuso el viento. Un bonito lance, media buena.

De un lesivo puyazo delantero salió escupido el toro. Juan del Álamo salió en falso a quitar por tafalleras. Se interpuso el viento. Morosa la lidia toda. Brindis al público, un raro molinete para abrir faena, al tercer muletazo en los medios ya estaba descubierto el torero. Hubo que cerrarse a la segunda raya.

Retrasada la muleta, que no podía con el viento. No se encajó Joubert. Se le iban los pies. El viento no consintió el toreo de toques ni dejó tampoco taparse. Una estocada con vómito.

Ninguno de los otros tres novillos de Carmen Segovia estuvo sobrado de trapío. Un montado segundo, astifino, zancudo, suelto del caballo, la cara arriba y, luego, casi dócil: domado a zurriagazos primero y a templados goles después. Bien gobernado por Juan del Álamo, pidió en su momento la muerte. Se llama «pedir la muerte» a plantarse derrotado. Derrota tras una poderosa faena de hasta siete tandas ligadas en un palmo con ritmo y corazón.

Desigual el ajuste, pero firmes el pulso y las plantas del torero de Ciudad Rodrigo. Notable la entereza de Juan, hermoso el dibujo de los cambiados y de pecho, redonda y seguida la faena. Al abrigo relativo del viento. Una estocada defectuosa. Una oreja bien ganada.

El tercero, largo y estrecho, fue saludados con algunos miaus; el quinto, abucheado y protestado por falta de cara y remate. Se blandeó aquél en el caballo, cobró un volatín, hizo algún regate, pero se dejó en la muleta. El quinto, que gateó, se frenó y tomó los engaños casi topando, la cara arriba, salió muy deslucido. Con el tercero anduvo enrabietado y en algunos viajes muy templado el debutante Miguel de Pablo, de Colmenar Viejo, tierra de toros. Y toreros. Con el quinto se batió el cobre con corazón Juan del Álamo. En contra parte del ambiente, un corito reventador. Y en contra el propio toro, que fue más mirón e incómodo que artero o avieso. Una porfía de poder a poder, de buscar el torero las vueltas al toro y dar con la fórmula para estar por encima de las circunstancias. Una estocada de gran arrojo. Salió volteado, pero ileso. Un coro intransigente no le dejó dar la vuelta al ruedo.

Y, luego, y sobre todo, y completando el lote titular, dos novillos de Torres Gallego, que tuvieron bastante más cuajo y trapío que los otros cuatro. Un cuarto de temibles puntas, armado por delante, de una velocidad extraordinaria -tan de sangre Núñez- y un virulento temperamento. Carácter enrarecido por los enganchones continuos de las capas de brega, contra las que derrotó con violencia en trallazos que traducían su agresividad. A cabezazos en el caballo, el toro, de fondo fiero, se puso imposible.

Pasó las de Caín Paquito Leal en la brega: imposible bajarle las manos al toro, que, celoso, se agitaba en un palmo y arreaba. El viento no dejaba ni manejar el capote. Hubo parte de público que la tomó con Leal. Hicieron de él burla humillante: jalearon con óles los capotazos descompuestos. Convertido Paquito en protagonista a su pesar, Joubert se vio de pronto perdido: le costó sujetarse más que en el primer turno; corto de recursos, descubierto por el viento en todas las bazas, el alma en vilo, salió del paso como pudo. Ya estaba en la diana del toro cuando acertó con la espada al segundo viaje. Y respiró.

El sexto, de galope soberbio, picado sin piedad pero certeramente por Antonio Muñoz, se templó después de varas y, aunque acusó el severo castigo de dos puyazos, se empleó con calidad. Un punto rebrincado, pero humilló. Corta la faena de Miguel de Pablo, corto el propósito. Una prueba muy exigente. Una estocada sorprendente a volapié.