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Una artificiosa gobernabilidad hasta el congreso laborista

LONDRES. Actualizado: Guardar
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El extraordinario anuncio de dimisión de Gordon Brown llega más tarde de lo que se esperaba y con un plazo que pretende prolongar su estela en los años por venir. Su marcha era en cualquier caso inevitable. En la madrugada del viernes comentaristas de la noche electoral se asombraban de que Gordon Brown regresase a Downing Street desde su circunscripción escocesa. Acostumbrados a los resultados habituales en el sistema británico no comprendían que el primer ministro lo seguía siendo hasta la formación de una coalición de otros partidos.

Pero Brown, en la misma noche del viernes, tuvo una hosca conversación con el liberal Nick Clegg cuando éste le pidió su marcha. El líder laborista, de testarudez legendaria, ha tardado tres días en aceptarlo y prometer su marcha, como debió hacer en la noche electoral. Su plan de ayer es seguir siendo primer ministro, aplicar sus remedios a una situación económica grave, que existe tras sus trece años de gestión, sosteniendo ese plan con una coalición de partidos escoceses, norirlandeses y quizás galeses, que pedirán que los recortes presupuestarios caigan sobre Inglaterra.

Y, finalmente, Gordon Brown cedería el liderazgo a su sucesor -uno de los hermanos Miliband, Harriet Harman, quizás su más íntimo aliado, Ed Balls- tras la conferencia otoñal del partido. Así, en octubre, Reino Unido sería gestionado, en un momento de grave crisis económica, por un líder no elegido por los votantes, presidiendo una coalición labrada por su predecesor.

El plan presentado ayer por el aún primer ministro puede parecer menos viable en la luz del día y, si es así, el Partido Laborista estaría abocado a un proceso sucesorio desde la oposición. En ese proceso, Brown no tendría ya un papel más que el de incumplir la promesa que ofreció ayer como garantía de la estabilidad de su imaginario Gobierno semestral: dijo que él no intervendría en la batalla entre sus posibles sucesores.