Sociedad

Morenito paga con sangre una voluntariosa faena en San Isidro

MADRID. Actualizado: Guardar
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Abrió, con el hierro de Pereda, un bello toro colorado, muy astifino. El toro apretó y empujó en una segunda vara de dosis mínima. Sin haber sangrado apenas, salió del caballo desinflado. Leandro no pudo ni meter mano con la muleta. Después saltaron, con el hierro de La Dehesilla, dos toros de reatas hermanas. El uno escarbó antes de pegar un arreón, se rajó una vez y dos y tres y otras cuantas veces más. Morenito se rindió a la evidencia y abrevió. Soltando el engaño, una certera estocada.

El tercero tenía carácter, pero violento. Fandiño le hizo frente con majeza, le bajó la mano en un primer asalto. Una tanda con la derecha. Luego, se lo pensó el toro. De la estocada, cobrada con fe, Fandiño salió prendido por la taleguilla y la cintura. Sólo un destrozo de traje. De valiente la estocada.

El cuarto manseó un poquito, apuntaba al callejón y cobró un muy desafortunado puyazo trasero, de los que parten los espinazos. Al tercer muletazo claudicó el toro, al cuarto se descompuso, al quinto amenazó con rodar. Le pidieron a Leandro que montara la espada a toda pastilla. Pitaron en el arrastre al toro. Y, antes, le pegaron al picador de turno una bronca de las que se olvidan.

Los dos últimos eran cinqueños cumplidos. Acochinado, el sexto fue el de mejor son de la corrida de Pereda. Una lidia farragosa y de recorrer plaza, capotazos de más: todo eso fue contra el toro, que peleó con clase en el segundo puyazo. En los medios se puso desde el principio y sin tanteo. En el tercio, luego, no ganó la faena. Ni el toro, que, descolgado, fue de los de más a menos.

Y la heroica de tantas tardes de San Isidro: Morenito de Aranda y el quinto, muy pegado en dos varas, un puntito bravucón, pronto pero algo incierto. Morenito se puso con la izquierda sin dudar y en campo abierto. Una tanda valiente pero el toro se sacudía el engaño; en el segundo muletazo de una tercera tanda, exceso de confianza, Morenito se durmió y salió empalado por la pierna izquierda, volteado y apaleado. La emoción propia. De la cogida salió Morenito tintado de sangre, la taleguilla hecha jirones y recrecido; pero el toro, muy indispuesto, porque de ahí en adelante no hizo más que puntear, pegar testarazos, derrotar en plena suerte, soltar gañafones. Aquello parecía a sangre y fuego. Morenito se la jugó con la espada: una estocada sin puntilla. Se pidió la oreja. No había mayoría.