Igor Portu, Mattin Sarasola y Mikel San Sebastián, en la Audiencia Nacional, donde se les juzga por perpetrar el atentado de la T-4 . :: EFE
ESPAÑA

«Pasé tres días y tres noches en un maletero, encapuchado y aterrado»

El dueño de la furgoneta robada por ETA para el atentado de la T-4 narra al tribunal su dramático secuestro

MADRID. Actualizado: Guardar
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Lo que se presuponía un fin de año idílico entre nieve y montaña en los Alpes acabó en la peor de las pesadillas. El joven guipuzcoano Iker Lascurain, víctima colateral del atentado de la T-4 de Barajas, en el que fallecieron dos ciudadanos ecuatorianos y puso fin a la tregua de ETA, narró al tribunal que juzga desde ayer a los tres presuntos asesinos, Igor Portu, Mattin Sarasola y Mikel San Sebastián, el robo de su furgoneta y el dramático secuestro que sufrió.

Con frialdad, Lascurain rememoró «los tres días y tres noches» que unos etarras desconocidos le hicieron pasar en el maletero de un turismo, «encapuchado y completamente aterrado», mientras otros miembros de ETA cargaban su furgoneta con más 500 kilos de explosivos. El vehículo cruzó los Pirineos en dirección Navarra, donde se hicieron cargo del mismo los acusados, que pusieron rumbo al flamante aparcamiento de la nueva terminal de Barajas. Todo esto sucedía mientras el joven de la localidad guipuzcoana de Oñate ni veía ni escuchaba, metido en un maletero, con los pies y la cabeza fuera y con tres pistoleros merodeando, «nerviosos», a la espera de la hora H.

Todo había comenzado a las 21.00 horas del 27 de diciembre de 2006, en el estacionamiento de la estación de esquí de Luz Ardiden, a los pies de los Alpes. Lascurain había llegado allí dos horas antes. Estaba cenando en el interior de la furgoneta, una Renault Traffic granate, cuando tres etarras vestidos de negro y encapuchados abrieron la puerta y lo abordaron con brusquedad. «Me apuntaron con una pistola a la cabeza, me pusieron de espaldas y me esposaron. Somos de ETA, no la cagues y no te pasará nada», dijeron.

Diez minutos después le bajaron del vehículo y le introdujeron en el turismo en el que pasó las tres noches que estuvo cautivo. Antes de arrancar, preguntaron a Lascurain si los asientos de atrás del furgón se podían retirar. Los etarras deseaban meter cuanto más explosivo mejor, el de la T-4 no iba a ser un atentado cualquiera. En ese tiempo, el único 'gesto humano' de los captores fue cuando preguntaron a su rehén si alguien le iba a echar de menos. Le dejaron mandar un mensaje de móvil para tranquilizar a sus familiares y le aseguraron que la noche del 31 de diciembre iba a estar libre. «No sabía si era de día o de noche, sólo sé que estuvimos un tiempo en una cabaña y nada más. Ellos no hablaban. Se comunicaban silbando».

El infierno acabó a las 9.40 horas del 30 de diciembre, cuando la furgoneta ya había volado la T4. «Los secuestradores se pusieron nerviosos tras escuchar la noticia en la radio y dijeron que todo había acabado», recordó.

Los captores huyeron y a las 11.00 el joven se quitó la capucha y siguió las indicaciones que le dieron para llegar al pueblo de Escot, a un centenar de kilómetros de Luz Ardiden, en dirección sur. Allí accedió a un cuartel de los gendarmes y llamó a la Guardia Civil. Su relato fue uno de los 14, todos ellos de miembros de las fuerzas de seguridad, que se escucharon en la primera jornada del juicio que se celebra hasta el jueves en la Audiencia Nacional. Los testigos contaron su experiencia y lo que se encontraron en la T-4 tras la explosión.

Rapidez

De sus declaraciones quedaron claros dos hechos: que tan sólo tuvieron 30 minutos para despejar el aparcamiento de seis módulos y cinco plantas por sección, y que una componente de la policía judicial logró localizar la Renault Traffic en la plaza 311 del módulo D sólo 12 minutos antes de que hiciera explosión.

Pero ni Carlos Alonso Palate ni Diego Armando Estacio tuvieron tiempo de reaccionar. Por estos asesinatos y la tentativa de otros 41 el fiscal reclama al tribunal, presidido por el magistrado Alfonso Guevara, 900 años de cárcel a los acusados, quienes tacharon al tribunal de órgano «fascista y torturador» y se negaron a declarar.