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NUESTRAS DEUDAS

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No se las perdonamos a nadie, aunque nos lo recomienden los sagrados textos patrimoniales. No hay amnistía posible para nuestras deudas, así como tampoco perdonamos a los que otros mantienen con los que somos sus deudores. Dentro de cien años, en el caso de que los banqueros mucho antes, todos calvos, pero mucho antes de que llegue la alopecia final nadie se fía un pelo. Los inversores han sentenciado a Grecia por miedo al impago de la deuda. Atenas ha reconocido su déficit superior, pero también se ha visto obligada a reconocer que ya escasean los presocráticos y ya nadie puede cobrar la deuda de un gallo, aunque sea a Esculapio, ni mucho menos la de la gallina de los huevos de oro.

El hundimiento financiero de Grecia no sólo afectará a Platón, sino al señor Fernández Ordóñez. Los naufragios actuales son colectivos y no hay barcas de salvamento para todos. También fueron insuficientes en el 'Titanic' y no puede extrañarnos que sigan siéndolo en Wall Street. De momento, la epidemia se ha contagiado a Portugal, Islandia y España, donde adelgazan las Bolsas y se hace más difícil la vida. Está claro eso de que a ningún ser humano le han tocado tiempos fáciles para vivir, pero está más oscuro todavía por qué le tocan siempre a los mismos. Parece que en España no podremos levantar cabeza -quiero decir podrán- hasta dentro de cuatro años. Algunos no estaremos en la mejor disposición para hacer ese orgulloso ejercicio, pero deseamos que nuestros eventuales sucesores no la sigan utilizando para chocarlas con los compatriotas que piensan de otra manera. Más que nada porque están vacías casi todas. Pasa igual con las huchas. Mientras menos tienen más suenan. Abiertas las nuestras no hay para pagar la llamada «deuda histórica», que pasará a la Historia. Allí cabe todo.