Opinion

La guerra no va con ellos

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Nacieron donde les dio la gana, pero fueron de Cádiz. Uno era linense y los otros tres vivían alrededor de esta bahía escrita en guerra y paz como si fuera una novela de Tolstoi. Han muerto lejos, en una misión del Ejército en Haití, esa paupérrima parte de la antigua isla de La Española que si no tuviera bastante con los desastres políticos y económicos, se enfrenta también con frecuencia a terremotos, inundaciones y otras catástrofes casi naturales.

Ahora que la RevistAtlántica de José Ramón Ripoll y de Javier Vela se presenta en Granada con un puñado de cartas escritas por Julio Cortázar a Félix Grande, creo recordar que aquel estremecedor cronopio medio argentino y medio parisién le tenía una aversión a los uniformes; salvo al de los bomberos, según refería en 'Un tal Lucas'. Pero entre aquellos que cada año nos concentramos frente a la base de Rota para reclamar que la abandone EE UU o que simplemente abandonemos todos esa suicida querencia por la muerte armada, no metemos a todos los militares en el mismo saco: sabemos distinguir a los soldados de los generales y a estos de quienes firman las guerras en mullidos despachos sin pisar nunca la alfombra roja de la sangre en las trincheras. Así que, como volveremos a estar allí en unas cuantas semanas, conmemorando veinticinco marchas de amor y una eterna canción desesperada, sería hora de decirles hoy a esos cuatro caídos en pie de paz, que la guerra no va con ellos. Al menos, la nuestra. No es lo mismo morir por esa patria a la que llamamos libertad, machacando pueblos con o sin la coartada de Naciones Unidas que construyendo puentes y escuelas para que los supervivientes de un seísmo sean también capaces de sobrevivir a su eterno mal bajío.

A pesar de que muchos nos preguntemos hasta cuándo permanecerán los marines de EEUU, en lo que queda de Puerto Príncipe y de sus aledaños, sabemos que los cuatros soldados españoles muertos en un accidente de helicóptero en Haití no eran mercenarios de intereses bastardos; sino que habían dejado por esta vez que la primavera floreciese en el cañón de sus hipotéticos fusiles. En la mañana de ayer, en la Base de Rota, transcurrieron los funerales de Estado en su memoria, aunque no estuviera ya Pepe Benítez, la voz de Cádiz, para retransmitirlo. Habría que preguntarles, a las dignísimas autoridades allí presentes, por qué en su día, sin demasiadas explicaciones, levantamos la misión del Ejército español en Haití, el país más misero de América Latina, y seguimos reforzando nuestra presencia en el polvorín de Afganistán, donde no es duradera la libertad sino la masacre. Antes que perder el tiempo buscando eternamente a Bin Laden, en los montes de Tora Bora mejor sería que buscáramos una base de futuro para que los haitianos, de dentro y de fuera del país, construyan su futuro. Serían los mejores crisantemos que colocar ante la tumba de esos cuatro gaditanos muertos también donde quisieron; en acto de servicio a favor de la humanidad. Hubieran merecido volver con vida para celebrar esa pequeña y necesaria victoria de cada día contra un mundo hecho a la medida de quienes sólo saben dar la vida ajena.