CARTAS A LA DIRECTORA

Treinta aniversario de monseñor Óscar Romero

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Hace treinta años moría vilmente asesinado mientras celebraba la Eucaristía, por el entonces capitán Álvaro Saravia, el Arzobispo de San Salvador, Monseñor Óscar Romero, figura capital como defensor de los pobres y represaliados de la tiranía que en su país impedía los más elementales derechos de la persona.

Su continua denuncia del asesinato del sacerdote Rutilio Grande, comprometido como él con los más humildes, su actitud contraria al gobierno y a la oligarquía, por los salvajes asesinatos de presbíteros y seglares, alzando valientemente su voz exigiendo libertad para el pueblo, por la cotidiana vulneración, a través de la sangrienta represión con la ignominiosa persecución de indefensas poblaciones. Su tenaz oposición a los excesos de un gobierno totalitario que hacía que la ciudadanía sufriera la más calamitosa miseria. La explícita condena de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, de la atroz violencia del ejército contra líderes religiosos, sindicales y políticos que junto al pueblo padecían una oprobiosa dictadura, le hizo víctima de la cruel venganza asesina por orden del mayor D`Abuisson, (posteriormente fallecido tras una larga y penosa enfermedad: un cáncer de colon), organizador de los tristemente denominados 'escuadrones de la muerte', verdugos de la infamia fraticida.

Documentadamente, una vez desclasificados los archivos, los Estados Unidos cuyo presidente era entonces Ronald Reagan daban su 'placet' al asesinato de Monseñor Romero, como al del español Ignacio Ellacuría y otros compañeros mártires. La sangre de esa Iglesia al lado de su pueblo, me hace pensar y estar integrado en ella, próximos a 'los que tienen hambre y sed de justicia'. En la actualidad en el mundo proliferan las fundaciones que tributan día a día el mejor homenaje al Arzobispo monseñor Romero. Estas nobles instituciones continúan sembrando la fértil semilla del amor, la fraternidad y la concordia por las que lucharon hasta dar su vida, haciendo realidad los afanes de la liberación, de auténticos seguidores de Jesucristo como Monseñor Romero, cuyo excepcional legado, laboriosas manos continúan sin denuedo alguno, pues una fe sin obras es una fe muerta.