Editorial

Matanza en Moscú

El Kremlin debe reaccionar desde el respeto de los derechos humanos

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Los atentados suicidas que acabaron con la vida de al menos 38 personas en el metro de Moscú, sembrando de heridos y de pavor el corazón de la capital rusa, han devuelto al país entero a los peores momentos que haya atravesado a causa del terrorismo originario del Cáucaso Norte. La masacre provocada por las dos mujeres kamikazes constituye un nuevo desafío al principio de autoridad en el que se basa el régimen liderado por Putin y Medvedev. Es probable que los instigadores del doble ataque se hayan movido tanto por un afán de revancha, dentro de la espiral sin fin que conforma la violencia en algunas regiones caucásicas, como con el objetivo de poner en cuestión el dominio que el Kremlin ejerce sobre la seguridad interior. Aunque, junto a ello, sigue siendo una incógnita hasta qué punto las citadas tramas terroristas, que en origen tienen sus raíces en las comunidades islámicas de las repúblicas autónomas del Cáucaso Norte, han sido penetradas o instrumentadas para actuar a modo de una franquicia más de Al-Qaida. La coincidencia en el tiempo del auge del terrorismo global contra Occidente con el recrudecimiento de la actividad terrorista en torno a la guerra de Chechenia generó una mirada comprensiva o exculpatoria por parte de EE UU y de los países europeos hacia la expeditiva forma con la que Moscú encaró la amenaza que le venía del Cáucaso Norte. El inicio de la ofensiva para acabar con las bases de Al-Qaida en Afganistán tras el 11-S o la intervención en Irak dificultaron sobremanera que los gobiernos democráticos pudieran ejercer presión alguna en cuanto a la transparencia y el respeto a los derechos humanos que le eran exigibles al Kremlin en sus sucesivas campañas caucásicas. Sólo algunos pronunciamientos por parte de la Casa Blanca y la UE quebraron esa línea de mal entendida solidaridad. Pero el temor a que Putin y Medvedev respondan al desafío terrorista con una nueva ofensiva bélica sobre zonas que el Kremlin considera reductos rebeldes debe llevar a la diplomacia estadounidense y europea a mantenerse atenta ante el curso de los acontecimientos, advirtiendo a las autoridades rusas de que una reacción desmedida pondría una vez más en entredicho la naturaleza democrática de su poder.